Este icono fue pintado por la Hermanas Carmelitas del Carmelo de Harissa (Líbano), que tienen un taller de iconografía y
que ya pintaron iconos de santos del Carmelo. Copiamos a continuación el
comentario teológico y artístico que escribieron:
En el centro los Ángeles lo descubren: una unión de amor intensa con
su Jesús Crucificado y Resucitado impreso como un sello en su alma,
(simbolizada por la tela blanca que sostiene en sus manos). El icono del
Señor grabado sobre la tela reproduce las trazas de Jesús y la llaga de su
costado en el icono llamado “NO ME TOQUES” representando su Aparición a Santa
María Magdalena, la loca de amor, después de Su Resurrección. Ella también loca de amor a su vez, según su misma expresión: “Ese
Loco de Amor, me ha vuelto loca” la pequeña carmelita chilena, como cierva
sedienta (representada en la parte baja del icono) no aspira sino a
consumirse del amor de su Dios, que la llevará, como sucedió antes de sus
veinte años. De esta unión brota la fecundidad apostólica para la Iglesia, objeto
de su oración ardiente, incluso antes de su entrada en el Carmelo: “Es
hambre, es sed insaciable la que siento, porque las almas busquen a Dios”. En
el Carmelo de los Andes se inmolará por ellas. Este está representado por la
montaña en donde se halla la “bodega”. Allí en el Misterio de la Eucaristía,
Teresita halla a su Amado: “Busca a Jesús en la Eucaristía y vivirás con EL como vivía la Santísima Virgen en Nazaret”. Es lo que
hará durante los once meses de su corta vida en el Carmelo. Esta unión de su alma con la de María su Madre se refleja en el icono,
no solamente por su hábito de carmelita y el relieve de su capa blanca, sino
también por la blancura de la nieve que recubre la Cordillera de los Andes (a
la derecha). Esta nieve que jamás desaparece de esta cordillera,
simboliza bien la pureza del alma de la Santita de los Andes, que decía: “Mi
espejo ha de ser María. Puesto que soy su hija debo parecerme a Ella y así me
pareceré a Jesús”. Pues es en la Orden de la Virgen que vivirá plenamente este Misterio
de la Redención del cual Nuestro Señor le había hablado poco antes de su
entrada en el Carmelo, cuando no tenía más que 17 años: “Me dijo que me había
escogido para víctima, Que subiera con El al
Calvario. Que emprenderíamos juntos la conquista de las almas.” (de su
Diario, 16 de noviembre de 1917). En efecto para ella la carmelita no vive
sino para: “Rogar por los pecadores… Pasar la vida entera sacrificándose sin ver
jamás los frutos de la oración y el sacrificio. Unirse a Dios para que así
circule en ella la Sangre Redentora y comunicarla a la Iglesia, a sus
miembros para que así se santifiquen”. El esplendor, la serenidad y la paz que reflejan de su rostro, su mano abierta en gesto de oración confiada expresan bien
el canto de su corazón: “Dios es alegría infinita”. En esta alegría pura y
tranquila, parece sobrevolar por encima de todo lo pasajero y bañada en la
gloria (simbolizada por el oro que rodea todo el icono) en la que su nombre
queda inscrito para siempre. “¡En el cielo, que pequeño nos parecerá todo lo
de esta existencia pasajera!” Esta existencia pasajera representada a su
izquierda parece elevada por ella y transfigurada por ese amor de Dios que se
derrama precipitadamente en el alma que se entrega totalmente a El. En el alma de Teresita se han dado cita la sed de
amor de Dios y la de la criatura para saciarse en ella que no haciendo más
que Uno con su Jesús puede dar Dios a las almas y las almas a Dios.
© Carmelo de la Theotokos, Harissa (Líbano) |