EL
CAMINO ESPIRITUAL DE SANTA
TERESA DE LOS ANDES MODELO
PARA LA SANTIDAD Autor: Pedro Sergio Antonio
Donoso Brant Año 2023 ¿Quieren
saber que es ser de verdad espirituales? Santa
Teresa de Jesús, en el Libro de las Moradas VII, Capítulo 4,8, nos dice: “Tomen
en cuenta que importa mucho esto que les recomendaré. Pongan los ojos en el
crucificado y esos se les hará poco. Si nuestro Rey nos mostró el amor con
espantosos trabajos y tormentos, ¿Cómo quieren contentarles con solo palabras?
¿quieren saber que es ser de verdad espirituales? Es hacerse esclavos de
Dios, a quien señalados con su hierro que es la cruz…no tengan miedo…
fúndense en la humildad…es por vuestro bien…procuren ser el menor de
todos…fíjense por donde podéis hacer placer y servir” (el texto lo he
convertido al español actual) Contenido................................................. PROLOGO............................................... Un
cielo nuevo y una tierra nueva, inaccesibles en este mundo. Todos
deben vivir “como conviene a los santos” Llamado a
la perfección por la caridad........ El
camino de santidad para los laicos cristianos Teresa
de los Andes, un llamado al laicado hacia la más alta santidad. Teresa
de los Andes.................................. La
familia ha sido la mejor escuela de Juanita La
familia en teresa de los andes............... La
historia de su Alma............................... Regalona
de todos. Mi familia.................... Deseos
de comulgar.................................. En
1907, murió mi abuelito como un santo. Me
pasó aquí una cosa digna de contarse.. Por
este tiempo empieza mi devoción a la Virgen. Yo
modifiqué mi carácter por completo....... La
Primera Comunión en Teresa de los Andes La
llamada a participar de la vocación religiosa es invitación atractiva Entrada
al Carmelo de Los Andes.............. Vocación
y deseo de ser carmelita............. La
santidad no es un privilegio reservado a unas pocas personas El
Camino de Teresa de los Andes............. Enamoradas
de Jesús............................... El
llamado a amar a Jesús de los santos.... Teresa
de los Andes, loca de amor por Jesús El
misterio del amor a Dios. Tener experiencia en Dios y de Dios Amar
intensamente a Dios......................... “En
Dios encuentro todo lo que en las criaturas no encuentro. Si
le amamos, somos morada de la Santísima Trinidad La
Inhabitación Trinitaria, presencia de la Santísima Trinidad La
Santísima Trinidad en las santas carmelitas Teresa
de los Andes, nuestro corazón ha de ser de la Santísima Trinidad Reflexión
después de un Retiro (1916)....... Dirigirnos
a Dios con humildad................... Teresa
de los Andes, cuando en el silencio de la oración alumbra al alma. Su
oración es sencilla, sin complicaciones.| Hacer
de la vida una oración constante...... El
señor nos ha llamado y nos llama a ser santos Un
laico, en su vida, puede ser más santo que un sacerdote. Estamos
desde siempre llamados a la santidad Mensaje
a la juventud................................ Aquí
está el remedio.................................. Hacia
la plenitud humana........................... Captó
y asimiló esa exigencia del Evangelio, FUENTES BIBLIOGRAFICAS.................... PROLOGO
Un cielo nuevo y una tierra nueva, inaccesibles en este
mundo.
En
su libro Introducción al Cristianismo, el cardenal Joseph Ratzinger, explica
qué; “La palabra "santo" no alude primariamente a la santidad
en medio de la perversidad humana. El Símbolo no llama a la Iglesia
"santa" porque todos y cada uno de sus miembros sean santos, es
decir, personas inmaculadas. Este es un sueño que ha renacido en todos los
siglos, pero que no tiene lugar alguno en el Símbolo, por tanto, una Iglesia
Santa, expresa el anhelo perpetuo del hombre porque se le dé un cielo nuevo y una tierra nueva, inaccesibles en este
mundo. En realidad, las más duras críticas a la Iglesia de nuestro tiempo
nacen veladamente de este sueño; muchos se ven defraudados, golpean
fuertemente la puerta de la casa y tildan a la Iglesia de mentirosa. Todos deben vivir “como
conviene a los santos”
Por
otra parte nos dice el Concilio Vaticano II, “es necesario que todos, con la
ayuda de Dios, conserven y perfeccionen en su vida la santificación que
recibieron”[1].
Esto es, todos deben tender a la santidad, porque ya tienen en sí mismos el
germen; deben desarrollar esa santidad que se les ha concedido. Todos deben
vivir “como conviene a los santos”, como escribe San Pablo: “toda impureza o
codicia, ni siquiera se mencione entre vosotros, como conviene a los santos”[2]
y revestirse, “Revestíos, pues, como elegidos de Dios, santos y amados, de
entrañas de misericordia, de bondad, humildad, mansedumbre, paciencia”.[3]
La
santidad que poseemos o buscamos, no nos libra de las tentaciones ni de las
culpas, porque en los bautizados sigue existiendo la fragilidad de la
naturaleza humana en la vida presente. Es así, como el concilio de Trento
enseña al respecto que nadie puede evitar durante toda su vida el pecado
incluso venial, sin un privilegio especial de Dios, como la Iglesia cree que
acaeció con la Santísima Virgen; “por privilegio especial de Dios, como de la
bienaventurada Virgen lo enseña la Iglesia”.[4]
Eso nos impulsa a orar para obtener del Señor una gracia siempre nueva, la
perseverancia en el bien y el perdón de los pecados: “perdónanos nuestras
ofensas, así como nosotros hemos perdonado a los que nos ofenden”.[5]
Llamado a la
perfección por la caridad
Según
el Concilio (Vaticano II), “Todos los seguidores de Cristo, por supuesto
incluidos los laicos, están llamados a la perfección de la caridad”[6].
Esta perfección no es privilegio de algunos, sino compromiso de todos los
miembros de la Iglesia, sean estos Presbíteros o un fiel común. Este
compromiso por la perfección cristiana significa camino perseverante hacia la
santidad. Por
ello, nosotros, todos los fieles, de cualquier estado o condición, estamos
llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección de la caridad. Es
necesario destacar que cada uno puede servir y beneficiar a los demás. Era la
recomendación de san Pedro a los cristianos esparcidos en Asia Menor cuando,
exhortándolos a la santidad, escribía: “Que cada cual ponga al servicio de
los demás la gracia que ha recibido, como buenos administradores de las
diversas gracias de Dios. Si alguno habla, sean palabras de Dios; si alguno
presta un servicio, hágalo en virtud del poder recibido de Dios, para que
Dios sea glorificado en todo por Jesucristo, a quien corresponden la gloria y
el poder por los siglos de los siglos. Amén.[7] El camino de santidad para
los laicos cristianos
También
el concilio Vaticano II dice que “una misma es la santidad que cultivan, en
los múltiples géneros de vida y ocupaciones, todos los que son guiados por el
Espíritu de Dios. Pero de forma más expresa considera el camino de santidad
para los laicos cristianos comprometidos en el matrimonio: “Los esposos y
padres cristianos, siguiendo su propio camino, mediante la fidelidad en el
amor, deben sostenerse mutuamente en la gracia a lo largo de toda la vida e
inculcar la doctrina cristiana y las virtudes evangélicas a los hijos
amorosamente recibidos de Dios. De esta manera ofrecen a todos el ejemplo de
un incansable y generoso amor, contribuyen al establecimiento de la
fraternidad en la caridad y se constituyen en testigos y colaboradores de la
fecundidad de la madre Iglesia, como símbolo y participación de aquel amor
con que Cristo amó a su Esposa y se entregó a sí mismo por ella”[8]. Lo
mismo se puede y debe decir de las personas que viven solas, o por libre
elección o por acontecimientos y circunstancias particulares, como personas
solteras, los viudos y las viudas, los separados y
los alejados. Para todos vale la llamada divina a la santidad, realizada en
forma de caridad. Y lo mismo se puede y debe decir, de aquellos que en la
vida profesional ordinaria y en el trabajo cotidiano actúan por el bien de
sus hermanos y el progreso de la sociedad, a imitación de Jesús obrero. Y lo
mismo se puede y debe decir, por último, de todos los que, como dice el
Concilio, “se encuentran oprimidos por la pobreza, la enfermedad, los
achaques y otros muchos sufrimientos o los que padecen persecución por la
justicia”: éstos “están especialmente unidos a Cristo, paciente por la
salvación del mundo” [9] Por
todo lo anterior, son muchos, por consiguiente, los aspectos y las formas de
la santidad cristiana que están al alcance de todos nosotros, los laicos, en
sus diversas condiciones de vida, en las que estamos llamados a imitar a
Cristo, y podemos recibir de él la gracia necesaria para cumplir su misión en
el mundo. Todos estamos invitados por Dios a recorrer el camino de la
santidad y a atraer hacia este camino a nuestros amigos y compañeros de vida
y de trabajo en el mundo de las cosas temporales. Teresa de los Andes, un
llamado al laicado hacia la más alta santidad.
La
vida de la primera santa carmelita de Latinoamérica, Teresa de los Andes, (Juanita) hace hoy
un llamado al laicado hacia la más alta santidad. Ella ha oído las palabras
del Maestro llamando a todos los hombres a dejarse realizar en Él "en la
Unidad" con el Padre, el ímpetu de un mismo Espíritu de amor. Esta alta
intuición mística extraída de la lectura del Evangelio e iluminada de lo alto
por la plegaria, cogida y asimilada en profundidad por experiencia de amor de
esta joven nos debe hacer meditar como está nuestra vida para transitar por
caminos de santidad. En
una carta a su madre ya en el convento de Los Andes el 4 de julio, 1919
Teresa de los Andes escribe: “Aprovechemos
para enriquecernos el momento de la comunión. Bañémonos en esa fuente de
santidad y pidámosle el mundo entero de las almas, porque no nos sabrá decir
que no.”[10]
En una carta a su hermana Rebeca desde el convento, el 12 de julio de 1919
(Un día antes de su cumpleaños) le pide a su hermana que aproveche esta
oportunidad y que sea santa: “Me
faltan palabras, hermanita, para expresar la dicha divina que experimento.
Siento al Infinito,
al Eterno, al Santo todopoderoso, al sapientísimo Dios, unido con la nada
pecadora. Entonces
adoro y más amo. Entonces es cuando el alma se siente pura. Está en la fuente
de la santidad.” Y más adelante sigue: “Aprovecha, hermanita, esos instantes
para hacerte santa. Fíjate que estamos unidas enteramente a la santidad
infinita. Pídesela. ¿Qué te podrá negar cuando está loco de amor por ti, ya
que se ha reducido a hostia o nada para llegar hasta ti? Pídele que lo
conozcas y que te conozca”.[11] Teresa de los Andes
Teresa
de los Andes, fue bautizada con el nombre de Juana Enriqueta Josefina de los
Sagrados Corazones Fernández Solar. Ella nació el 13 de julio de 1900 en
Santiago, Chile. Sus padres fueron Miguel Fernández Jaraquemada y Lucia Solar
Armstrong. Partió
al cielo el 12 de abril de 1920 a la edad de 19 años. Fue beatificada el 3 de
abril de 1987 por el Papa Juan Pablo II en Santiago, Chile y canonizada el 21
de marzo de 1993, por el Papa Juan Pablo II. A
los 14 años, decidió consagrarse a Dios como religiosa carmelita
descalza. A la edad de 18 años y 10
meses, el 7 de mayo de 1919 Ingresó al "Monasterio del Espíritu Santo de
las Carmelitas Descalzas de Los Andes", en la diócesis de San Felipe de
Aconcagua (V Región de Valparaíso, Chile). El 14 de octubre hizo su primera
profesión, tomó el hábito y recibió el nombre de Teresa de Jesús. La familia ha sido la mejor escuela de Juanita
La
familia es una comunidad formada para una vida de amor, cuyo propósito es
llevar una vida plena y feliz. Pero no siempre hay felicidad total y ello es
producto de una serie de dificultades para amarse plenamente entre los
miembros de esa familia. Sin embargo, me parece que todo es distinto cuando
se tiene el ideal de custodiar el amor familiar. Ahora,
cuando las familias, fundan su comunidad en la experiencia de una vida con
los ojos puesto en Cristo, con una participación en la vida de la Iglesia,
fortalecido con la fe, la esperanza y por sobre todo en la caridad, esta
sostenida frente a cualquier dificultad. Ningún
padre puede argumentar que no posee responsabilidad en incentivar la fe en la
propia familia y no solo con relación a sus hijos, sino que, a su esposa,
esto es, entre ambos pueden ayudarse y fortalecerse cada día en la fe, para
vivir y transmitir ese amor a los demás. Del mismo modo, a medida que los
hijos se van formando, ellos pueden ayudar a sus hermanos menores a vivir en
la fe. En
mi experiencia, creo que todo esto nace bien cuando se hace imprescindible la
oración en familia. En efecto, cuando los niños ven rezar a sus padres, o
cuando sus padres les enseñan a rezar y los invitan a orar, por ejemplo,
antes de dormir, a la hora de comer o frente a las dificultades, están cultivando
en el interior del alma de sus hijos el amor a Dios. Otro
aspecto de gran importancia y en la cual los padres impactan a sus hijos, es
hacerlos participar en el Sacramento de la Eucaristía, y que además es el
centro de la vida cristiana. Ciertamente la familia que comparte la belleza
de la Misa dominical, la escucha de la Palabra, y los ritos de la liturgia
juntos como familia, es una familia rica en amor. En
el caso de Juanita, la familia ha sido su mejor escuela para vivir como
cristianos y en el amor familiar, la fe cristiana ha sido algo vital y ha
influido fuertemente, tanto, como llevarla a decidir a estas tres jovencitas
a enamorarse tanto de Cristo, que optaron de hacerlo su eterno esposo.
Ciertamente, ese profundo amor familiar, es un factor importante, tanto, que
a muchos hijos los motiva al compromiso continuo por conquistar que muchos
hombres y mujeres lleguen a conocer a Cristo. La familia en teresa de los andes
Su padre fue Don Miguel Fernández Jaraquemada. Nació en
Santiago, el 17-09-1869, y falleció en Hualañé el 21-08-1923. Su madre fue
Doña Lucía Solar Armstrong, fallecida en Santiago el 12-04-1955. Se casaron
en Santiago, el 16-05-1892. De este matrimonio nacieron los hermanos de
Juanita, Miguel, Lucía, Luís y Rebeca, Juana. Miguel, fue poeta, casado con Isabel Moreno y tuvieron
dos hijos María Isabel, y Teresa. Lucía, se casó con Isidoro Huneeus y
Guzmán, tuvieron dos hijas, Luz y Laura. Luis, fue soltero y Rebeca
religiosa. La historia de su Alma
Durante
el año 1917, Juanita Fernández Solar escribe su Diario y se lo dedica a la
Madre Julia de los Ríos, quien fue orientadora espiritual de las alumnas del
internado del Sagrado Corazón de Santiago. Y le habla a ella (a la Madre
Julia) de su vida. Es así como podemos conocer sobre su familia de su propio
relato. “Madre querida: Ud. cree que
se va a encontrar con una historia interesante. No quiero que se engañe. La
historia que Ud. va a leer no es la historia de mi vida, sino la vida íntima
de una pobre alma que, sin mérito alguno de parte de ella, Jesucristo la
quiso especialmente y la colmó de beneficios y de gracias. La historia de mi alma se
resume en dos palabras: "Sufrir y amar". Aquí tiene mi vida entera
desde que me di cuenta de todo, es decir, a los seis años o antes. Yo sufría,
pero el buen Jesús me enseñó a sufrir en silencio y desahogar en El mi pobre
corazoncito. Usted comprende, Madre que el camino que me mostró Jesús desde
pequeña fue el que recorrió y el que amó; y como Él me quería, buscó para
alimentar mi pobre alma el sufrimiento. Mi vida se divide en dos
períodos: más o menos desde la edad de la razón hasta mi Primera Comunión.
Jesús me colmó de favores tanto en el primer período como en el segundo:
desde mi primera comunión hasta ahora. O más bien será hasta la entrada de mi
alma en el puerto del Carmelo”.[12] Regalona de todos. Mi
familia
Dejemos que Juanita nos hable de su vida familiar: “Vivíamos con mi abuelito,
anciano ya. Se llamaba Eulogio Solar. Se puede decir que era un santo, pues
todo el día se le veía pasando las cuentas de su rosario. Jesús no quiso que naciese
como El, pobre. Y nací en medio de las riquezas, regalona de todos. Yo era la cuarta. La primera
se llamaba Lucía, que tenía siete años, Miguel el segundo, seis años y Lucho,
el tercero, tenía tres años. En casa de mi abuelito vivía mi tía Juanita
Solar con cuatro niños. Ya se había muerto mi tío Luis Alberto Domínguez. El
mayor de mis primos tenía trece años y el menor cinco. Vivía también mi tía Teresa
Vicuña, con dos niños. Uno se había muerto chico. El mayor se llamaba Tomás
Bernardo (el nombre de mi tío). La segunda Teresita, tenía ocho años. También
vivía mi tío Francisco, que era soltero. Tenía 23 años. Poco después nació la
Rebeca; con año y ocho meses de diferencia conmigo. Era yo, aunque tan
regalona, muy tímida. La Rebeca era lo contrario. Las dos éramos muy
regalonas. Hacíamos con mi abuelito lo que queríamos y le engañábamos con
besos y caricias. A mí, desde chica, me decían
que era la más bonita de mis hermanos y yo no me daba cuenta de ello…Mi
carácter era tímido, de un corazón muy sensible. Por todo lloraba, pero
tenla un carácter sumamente suave; yo jamás rabiaba con nadie.”[13] Deseos de comulgar.
Sigue escribiendo de su vida en el Diario: “Cuando vino el terremoto de
1906, al poco tiempo fue cuando Jesús principió a tomar mi corazón para sí. Me acuerdo que mi mamá con
mi tía Juanita nos llevaban a misa y siempre nos explicaban todo; y yo, en la
misa, cuando llegaba la Comunión, me encendía de deseos de recibir a Nuestro
Señor. Pedía a mi mamá este favor, pero gracias a Dios que no me
encontró preparada para este sublime acto. Me acuerdo que mamá y mi tía
Juanita me sentaban en la mesa y me preguntaban acerca de la Eucaristía. Yo
contestaba a sus preguntas; pero, como me veían muy chica, no me dejaban
hacerla”.[14] En 1907, murió mi abuelito
como un santo.
“Me acuerdo perfectamente
cuando nos fuimos al fundo -a Chacabuco- que estaba tan bien. Mi tía Teresa
con los dos niños se fue con él y con nosotros, de quien no se separaba. Todas las tardes nos hacía
subir a caballo, sacando al cara o sello quién sería la primera. Siempre
salía la Rebeca. Estaba bien, cuando una noche le vino el ataque de
parálisis. Inmediatamente se lo trajo mi tía por tierra a Santiago, donde
luego le dijeron que estaba sin remedio. Lo hacían sufrir con los remedios
más terribles Al fin mi pobre viejito no sabía cómo estaba. El 13 de mayo,
día de su muerte, recibió los Sacramentos. Llamó a sus hijos. Los aconsejó Al
lado de su pieza estaba el oratorio. Principió a decirse la misa cuando lo
vieron que tenía una cara de espanto y decía quítenlo y se cubría la cara con
las manos. Eran las terribles tentaciones del demonio. Mi mamá le echó agua
bendita y se fue el diablo. Después, lo tentó otra vez, y se fue para que su
muerte fuera como su vida: en paz. Al levantar en la Consagración la Santa
Hostia su alma se voló al cielo sin haberlo notado nadie. Parecía dormido. Su
muerte fue la de un santo. Como lo fue su vida”.[15] Me pasó aquí una cosa
digna de contarse.
“Al poco tiempo remataron la
casa y el fundo, que lo dividieron en tres hijuelas. Con la hijuela del medio
se quedó don Salvador Huidobro; con la de la cuesta, mi tío Francisco, y
[con] la de los Baños, mi mamá. Con la casa de Santiago se quedó mi tío
Eugenio. Nosotros nos cambiamos a la
Calle Santo Domingo casa como la otra, llena para mí de recuerdos muy
gratos. Me pasó aquí una cosa digna de contarse. En la noche cuando se nos
apagaba la luz del cuarto, pero todavía quedaba la luz del cuarto de mi
mamita, yo veía aparecer a mi tatacito a los pies de la cama de la Rebeca;
pero lo veía nada más que la mitad del cuerpo. Se me apareció ocho días
seguidos. Yo me moría de susto y me pasaba a la cama de la Rebeca. Desde allí
no lo veía. Cuando fuimos por última vez
a Chacabuco, mi tía Juanita me dio una Virgen de Lourdes de loza que había
tenido siempre al lado de mi cama, con tal que tomara un remedio. Me la tomé
y me la dio. Esta es la Virgen que jamás ha dejado de consolarme y de oírme”.[16] Por este tiempo empieza mi
devoción a la Virgen.
“Mi hermano Lucho me dio esta devoción, con la que he
estado y estaré, como lo espero hasta mi muerte. Todos los días Lucho me
convidaba a rezar el rosario, e hicimos juntos la promesa de rezarlo toda la
vida; la que he cumplido hasta ahora. Sólo una vez, cuando estaba más chica,
se me olvidó. Nuestro Señor, desde aquí, se puede decir, me tomó de
la mano con la Santísima Virgen. Desde este período mi carácter se puso
iracundo, pues me daban unas rabietas feroces; pero eran muy de lejos.
Después nadie me sacaba de paciencia. Los niños, mis hermanos, lo hacían a
propósito. Me decían muchísimas cosas para hacerme rabiar, pero yo seguía
como [si] no los oyera. Por esto mi mamá me hizo regalona; pero después,
cualquiera cosa que me contrariaban me ponía a llorar y me daban llantos
histéricos. Cuando nos fuimos a Chacabuco, fue con nosotros una prima
de mi mamá que no me podía pasar, y la Rebeca era la regalona. Con esto
sufría como no es posible imaginar; pero yo con ella era terrible, no le
soportaba nada. En 1907 entramos al colegio. Ud. puede saber, Madre, lo
que la incomodamos con nuestro carácter. Muy bien nos acordamos cuando mi
mamá le contaba las peleas que teníamos con mis hermanos y Ud. nos llamaba y
nos hacía ponernos bien. Desde esta época es cuando Nuestro Señor me mostró el
sufrimiento Mi papá perdió una parte de la fortuna. Así es que tuvimos que
vivir más modestamente. Yo cada día pedía permiso a mi mamá para hacer mi Primera
Comunión. Hasta que accedió en 1910. Y empecé mi preparación. Me parecía,
querida Madre, que ese día no llegaría jamás y lloraba de deseos de recibir a
Nuestro Señor. Un año me preparé para hacerlo Durante este tiempo la Virgen
me ayudó a limpiar mi corazón de toda imperfección”.[17] Yo modifiqué mi carácter
por completo
“En el mes del Sagrado Corazón (¿1908 o 1909?), yo
modifiqué mi carácter por completo. Tanto que mi mamá estaba feliz de verme
prepararme tan bien a mi Primera Comunión. Me costaba obedecer porque, sobre todo cuando me mandaban,
por flojera, me demoraba en ir. Entonces me dije a mi misma que, aunque no me
mandaran, iría corriendo primero que los otros. No peleaba con los niños. A
veces me mordía los labios y me apresuraba para vestirme. Hacía actos, los
que apuntaba en una libreta. Tenía llena la libreta de actos. Ay, qué
diferencia entre entonces y ahora. ¡Cómo volver a esa época! Pero ¿no he
recibido más favores de Nuestro Señor?”[18] La Primera Comunión en Teresa de los Andes
Juanita hizo su primera
comunión a los 10 años, el 11 de septiembre de 1910. Haciendo un resumen de
su vida, escribe Juanita en su diario: “Mi vida se divide en dos períodos:
más o menos desde la edad de la razón hasta mi Primera Comunión. Jesús me
colmó de favores tanto en el primer período como en el segundo: desde mi
primera comunión hasta ahora. O más bien será hasta la entrada de mi alma en
el puerto del Carmelo. En
otra parte escribe. “Yo cada día pedía permiso a mi mamá para hacer mi
Primera Comunión. Hasta que accedió en 1910. Y empecé mi preparación. Me
parecía, querida Madre, que ese día no llegaría jamás y lloraba de deseos de
recibir a Nuestro Señor. Un año me preparé para hacerlo Durante este tiempo
la Virgen me ayudó a limpiar mi corazón de toda imperfección”.[19]
En
el mes del Sagrado Corazón [¿1908 o 1909?], yo modifiqué mi carácter por
completo. Tanto que mi mamá estaba feliz de verme prepararme tan bien a mi
Primera Comunión. Escribe Juanita; “El día de mi Primera Comunión fue un día sin nubes
para mí.
Mi confesión general. Me acuerdo: después que salí me pusieron un velo
blanco. En la tarde pedí perdón. ¡Ay! Me acuerdo de la impresión de mi
papacito. Fui a pedirle perdón y me besó. Entonces yo después me le hinqué y
llorando, le dije que me perdonara todas las penas que le hubiera dado con
mi conducta. Y [a] mi papacito se le cayeron las lágrimas y me levantó y me
besaba diciendo que no tenía por qué pedirle perdón, porque nunca le había
disgustado, y que estaba muy contento viéndome tan buena. ¡Ay!, sí, papacito,
porque vos erais demasiado indulgente y bondadoso para conmigo. Le pedí
perdón a mi mamá, que lloraba. A todos mis hermanos y por último, a mi
mamita y de más sirvientes. Todos me contestaban conmovidos. Yo, como estaba
en retiro, estaba aparte, así es que no comía en la mesa”.[20] El 11 de septiembre de
1910, año del centenario de mi Patria, año de felicidad y del recuerdo más
puro que tendré en toda mi vida. Ese hermoso día para mí,
fue un día hermoso para la naturaleza también. El sol despedía sus rayos que
llenaban mi alma de felicidad y de acción de gracias al Creador. Desperté temprano. Mi
mamá me vistió y me puso el vestido. Me peinó. Todo me lo hizo ella, pero yo
no pensaba en nada. Para todo estaba indiferente, menos mi alma para Dios.
Cuando llegamos, nos llevamos repitiendo el rosario de Primera Comunión. En
vez de Ave María, se repetía: "Venid, Jesús mío, venid. Oh, mi Salvador,
venid Vos mismo a preparar mi corazón". Cuando
fuimos por última vez a Chacabuco, mi tía Juanita me dio una Virgen de
Lourdes de loza que había tenido siempre al lado de mi cama, con tal que
tomara un remedio. Me la tomé y me la dio. Esta es la Virgen que jamás ha
dejado de consolarme y de oírme. Por
este tiempo empieza mi devoción a la Virgen. Mi hermano Lucho me dio esta
devoción, con la que he estado y estaré, como lo espero hasta mi muerte.
Todos los días Lucho me convidaba a rezar el rosario, e hicimos juntos la
promesa de rezarlo toda la vida; la que he cumplido hasta ahora. Sólo una
vez, cuando estaba más chica, se me olvidó. Nuestro
Señor, desde aquí, se puede decir, me tomó de la mano con la Santísima
Virgen. Desde este período mi carácter se puso iracundo, pues me daban unas
rabietas feroces; pero eran muy de lejos. Después nadie me sacaba de
paciencia. Los niños, mis hermanos, lo hacían a propósito. Me decían
muchísimas cosas para hacerme rabiar, pero yo seguía como [si] no los oyera.
Por esto mi mamá me hizo regalona; pero después, cualquiera cosa que me
contrariaban me ponía a llorar y me daban llantos histéricos. Cuando
nos fuimos a Chacabuco, fue con nosotros una prima de mi mamá que no me podía
pasar, y la Rebeca era la regalona. Con esto sufría como no es posible
imaginar; pero yo con ella era terrible, no le soportaba nada. En
1907 entramos al colegio. Ud. puede saber, Madre, lo que la incomodamos con
nuestro carácter. Muy bien nos acordamos cuando mi mamá le contaba las peleas
que teníamos con mis hermanos y Ud. nos llamaba y nos hacía ponernos bien. Desde
esta época es cuando Nuestro Señor me mostró el sufrimiento Mi papá perdió
una parte de la fortuna. Así es que tuvimos que vivir más modestamente. Me
costaba obedecer porque, sobre todo cuando me mandaban, por flojera, me
demoraba en ir. Entonces me dije a mi misma que aunque no me mandaran, iría
corriendo primero que los otros. No peleaba con los niños. A veces me mordía
los labios y me apresuraba para vestirme. Hacía actos, los que apuntaba en
una libreta. Tenía llena la libreta de actos. Ay, qué diferencia entre
entonces y ahora. ¡Cómo volver a esa época! Pero ¿no he recibido más favores
de Nuestro Señor? La llamada a participar de la vocación religiosa es
invitación atractiva
Recuerdo
que tenía yo unos 12 años (1962) cuando cursando el primer año de humanidades
nos invitaron en el colegio a un Retiro Espiritual. Entre los compañeros de
curso, todos varones, corría fuerte la voz que esta actividad era para
invitarnos a ir al Seminario. Y así fue, luego de tres días de retiro, el
sacerdote nos hizo la tan esperada pregunta, quien quiere prepararse para ir
al seminario. No recuerdo bien, pero
éramos unos 25 jóvenes, de una edad similar. Uno de ello, ese día salió
llorando y corriendo para su casa, los demás, nos mirábamos unos a otros y
comenzaron a levantar las manos al menos la mitad de los que estábamos. Eran
otros tiempos, conocí a algunos papas que deseaban que algunos de sus hijos
tuvieran vocación religiosa. Hoy, en mis catequesis he realizado la consulta
a los padres y nadie se atreve a decir algo. Ciertamente
hoy observamos un cierto pesimismo, y no conocemos de muchas vocaciones para
el sacerdocio y la vida religiosa consagrada. Y las que hay, son ya personas
mayores de edad o no muy adolescente. La
vocación es una llamada y una gracia, y por mucho que a veces intentemos
nosotros infundirla en alguien, no está en nuestras manos que nazca. La
iniciativa es de Dios. El mismo Jesús nos lo dice; “No me habéis elegido
vosotros a mí, sino que yo os he elegido a vosotros”.[21] Pero
lo que es cierto, es que la vocación es un camino que se reconoce junto con
la maduración de nuestra fe, y este reconocimiento lo hacemos en un dialogo
íntimo y personal con Dios, donde él nos revela que nos tiene un proyecto de
vida y a nosotros nos corresponde dar a este plan de vida una respuesta. Con
todo, este plan de Dios se nos presenta de modo de hacer frente al llamado,
una libre elección. En efecto, todos estamos llamados a la santidad y a la
vida eterna, y lo podemos hacer dentro del matrimonio o la vida consagrada,
en ambas situaciones, podemos caminar a una vida de perfección. Lo que
debemos tener en cuenta, que siendo esta una iniciativa de Dios exige una
entrega total a la vocación que ha sido convocada. En
el caso de nuestras tres santas carmelita, ellas con mucha generosidad
asumieron el llamado que sintieron en su corazón. Tal así, que después haber
puesto la mano en el arado, nunca volvieron los ojos atrás.[22]
ni tampoco pusieron al Señor condiciones como aquel que nos recuerda el
Evangelio[23]
y esto porque Dios quiere la entrega total. Quiere nuestro corazón absoluto e
indiviso. Entrada al Carmelo de Los Andes
A los 14 años, decidió
consagrarse a Dios como religiosa carmelita descalza. Ingresó al
"Monasterio del Espíritu Santo de las Carmelitas Descalzas de Los
Andes", en la diócesis de San Felipe de Aconcagua (V Región de
Valparaíso), el 7 de mayo de 1919. El 14 de octubre hizo su primera
profesión, tomó el hábito y recibió el nombre de Teresa de Jesús. Vocación y deseo de ser
carmelita
Ella
escribe en su diario: “Mi
vida se divide en dos períodos: más o menos desde la edad de la razón hasta
mi Primera Comunión. Jesús me colmó de favores tanto en el primer período
como en el segundo: desde mi primera comunión hasta ahora. O más bien será
hasta la entrada de mi alma en el puerto del Carmelo”.[24] “En
1913 tuve una fiebre espantosa. En este tiempo, Nuestro Señor me llamaba para
Sí; pero yo no hacía caso de su voz. Y entonces, el año pasado me envió
apendicitis, lo que me hizo oír su voz querida que me llamaba para hacerme
esposa más tarde en el Carmelo.”[25] “El
porvenir no se me ha revelado; pero Jesús me ha descorrido la cortina y he
divisado las hermosas playas del Carmelo” … Cuántas veces no le he pedido a
Dios que me lleve de este mundo, y El casi ha accedido a mis súplicas y me ha
mandado enfermedades de las cuales creían que no salvaba. Pero Jesús me ha
enseñado que no debo pedir esto y me ha puesto como término de mi viaje nueve
años más en el bendito puerto del Carmelo”. [26] En el internado. “En el semestre, mi mamá nos comunicó que entraríamos
internas. Y a pesar de mi pena, no pude menos de agradecérselo a Nuestro
Señor, que me preparaba el camino para estar más apartada de las cosas del
mundo y me llamaba a vivir junto a Él para que estuviera más acostumbrada a
vivir separada de mi familia antes de entrar en el Carmelo. Lo que sufrí se
puede ver por las líneas que escribía todos los días al acostarme, que son
una especie de diario”.[27]
Entrevista decisiva: domingo 12 de septiembre de 1915. “Tengo mucho que
contar, y sobre todo darle muchas gracias…También le dije que yo deseaba
entrar al Carmelo. Y ella me preguntó: ¿Y la salud? ¿Podrá resistir? ¡Ay; no
me acuerdo de este cuerpo miserable! Quisiera volar y él no puede. ¡Cuánto te
aborrezco, vaso de corrupción que te opones a los deseos de mi alma! Eres
delicado. Te hacen mal las austeridades, y necesitas que te regaloneen. Pero
mi Jesús hará lo que quiera. Cúmplase en toda su santa voluntad”.[28] Cumpleaños
julio 13 de 1917. “Hoy cumplí diecisiete años; un año menos de vida. Un año
menos en distancia de la muerte, de la unión eterna con Dios. Un año sólo para arribar al puerto
del Carmelo. ¡Oh Carmen! ¿Cuándo me abrirás tus puertas sagradas? Cuántas
gracias me ha concedido el Señor y cuán mal le pago. Mi Jesús, perdóname mis ingratitudes”.[29] Nuevas
notas. 3 de abril de 1919. “Hace tiempo que no escribía mi diario, cuyas
hojas muy pronto voy a entregar al fuego. Es preciso que, cuando me encierre
en el Carmelo, mueran todos estos recuerdos del destierro, para no vivir
sino la vida escondida en Cristo”.[30] En
el Carmelo. 14 de mayo de 1919. “Hace ocho días que estoy en el Carmelo.
Ocho días de cielo. Siento de tal manera el amor divino, que hay momentos
creo no voy a resistir. Quiero ser hostia pura, sacrificarme en todo
continuamente por los sacerdotes y pecadores. Hice mi sacrificio sin
lágrimas. Qué fortaleza me dio Dios en esos momentos. Cómo sentía
despedazarse mi corazón al sentir los sollozos de mi madre y hermanos. Pero
tenía a Dios y El sólo me bastaba”. Retiro del Espíritu Santo. “Para llegar a vivir en Dios, con Dios y para Dios
que es el ideal de una carmelita y de una Teresa de Jesús y de una hostia
entiendo son necesarias cuatro cosas: 1ª
Silencio, tanto interior; como exterior. Silencio en todo mí ser. Evitar toda
palabra inútil. 2ª
No hablar de mí misma. Y, si es necesario hacerlo para divertir a las demás,
ponerlo en tercera persona. Jamás hablar de la familia. 3ª
Negación absoluta de la carne. No buscar para nada el gusto e inclinación,
para tener más fácil trato con Dios. 4ª
Ver en todas las criaturas a Dios, ya que todo se encuentra en su inmensidad.
Leeré todos los días y me examinaré en estos puntos. [31] La santidad no es un privilegio reservado a unas pocas
personas
"Sed santos, porque yo, el Señor, vuestro Dios,
soy santo” (Lev 19,2) Cuando
leo la vida de Isabel, como la vida que llevó Teresa de los Andes, Teresa de
Lisieux o la misma Teresa de Jesús, me doy cuenta como estas santas mujeres
han tenido una vida característica de cualquier chiquilla y que no por eso se
distraen de su amor a Jesús. Tanto en su vida en el Monasterio, como monja de
claustro y su vida en el mundo, Isabel no se evadirá y escapará de una vida
peculiar como quizás nos habríamos puesto a pensar de una santa como ella, es
decir, su vida la hace con exquisita naturalidad. “¿Quién subirá al monte del Señor?, ¿Quién
podrá estar en su recinto santo?, El de manos limpias y puro corazón, el que
a la vanidad no lleva su alma, ni con engaño jura”.[32]
Para
llegar a ser santo, y así de este modo llegar en su momento al Cielo, “al
monte del Señor”, solo se debe tener una determinación muy decidida para
lograr serlo. Con esto, no quiero decir que para
llegar a la santidad sea una cosa imposible, recordemos que todos los que han
llegado a tener el honor para ser llamado santos, todos fueron personas muy
normales. Por otra parte, no hay que realizar grandes cosas, pueden ser a
veces pequeñas, lo importante es que se hagan con amor, como las hizo Teresa
de Lisieux, Isabel de la Trinidad y Teresa de los Andes, que tuvieron la
disposición de dejar que Dios actuara en ellas. En
la amistad con Dios y unidos a EL, se llega a la santidad, un aforismo de
santa Isabel de la Trinidad dice: “Vivamos con Dios como con un amigo,
tengamos una fe viva para estar en todo unidos a Dios” (H, 576). Teresa de
Jesús, define la oración como el tratar de amistad con quien sabemos nos ama,
es decir, no es otra cosa que hablar con Dios como un amigo habla con el
amigo de corazón a corazón, eso, ya es una buena forma de santidad. Si
tenemos diálogos íntimos y de amistad en forma permanente, seremos capaces de
enfrentar con mucha paz desconocidos desafíos que se nos presentarán en la
vida sin temor, ya que, en las manos de Dios, todo lo bueno es posible y
siempre el, nos tenderá una mano para sacarnos de las dificultades. Como le
sucedió a Pedro, que viendo la violencia del viento, mientras navegaban por
agua turbulentas, le entró miedo y, como comenzara a hundirse, gritó:
“¡Señor, sálvame! Al punto Jesús, tendiendo la mano, le agarró y le dice:
Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste? Y ante eso luego se postraron ante Jesús
diciendo: “Verdaderamente eres Hijo de Dios”.[33] En
las palabras de San Pablo a los Tesalonicense, encontramos muchas
recomendaciones para la santidad, como por ejemplo: “En cuanto a vosotros,
que el Señor os haga progresar y sobreabundar en el amor de unos con otros, y
en el amor para con todos, como es nuestro amor para con vosotros, para que
se consoliden vuestros corazones con santidad irreprochable ante Dios,
nuestro Padre, en la Venida de nuestro Señor Jesucristo, con todos sus
santos”.[34]
Y más adelante agrega. “Porque esta es la voluntad de Dios: vuestra
santificación” …. “que cada uno de vosotros sepa poseer su cuerpo con
santidad y honor” …. “pues no nos llamó Dios a la impureza, sino a la
santidad”.[35]
A
veces pensamos que la santidad es un privilegio que solo está reservado a
unas pocas personas, que son muy especiales y elegidos para ser santos, pero
lo que debemos comprender, es que el camino hacia la santidad está abierto
para que transiten todos los que por el quieren caminar, por ende, es una
elección y una tarea de cada uno de los que se saben hijos de Dios, de cada
uno de los que se denominan cristianos. Por tanto, todos estamos llamados a
la santidad, y esto no es otra cosa, que vivir en el mundo que nos ha
correspondido, como hijos de Dios. Y como todas las personas somos hijos de
Dios, todos tenemos que llegar a ser santos, a pesar de que los caminos no
nos resulten fáciles y cómodos. Con
todo, ser santo, no parece en estos tiempos algo fácil, y más difícil parece
ser ayudar a que otros lo sean. Entonces me cabe una pregunta, ¿es necesario
que yo ayude a los demás a que caminen por sendas de santidad? Yo pienso que
sí, como nos dice Jesús: “Vosotros sois la sal de la tierra. Más si la sal se
desvirtúa, ¿con qué se la salará? Ya no sirve para nada más que para ser
tirada afuera y pisoteada por los hombres. Vosotros sois la luz del mundo. No
puede ocultarse una ciudad situada en la cima de un monte. Ni tampoco se
enciende una lámpara y la ponen debajo del celemín, sino sobre el candelero,
para que alumbre a todos los que están en la casa. Brille así vuestra luz
delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a
vuestro Padre que está en los cielos”.[36]
Esa sí como corregir, aconsejar, dar buen ejemplo, orar mucho, sacrificarme
para que todas las obras de los hermanos lleven la luz de Dios y testimonien
su participación en la divina naturaleza, para que viendo todos sus frutos
buenos se den cuenta, de que Dios está en ellos, ya que, conociendo el árbol
por sus frutos,[37]
no pueden nacer de árbol malo, si son buenos, sino de la luz. A
saber, hay dos elementos fundamentales que constituyen la esencia de toda
santidad: el despojo de sí y la unión con Dios. Se los encuentra siempre bajo
los más variados matices de la vida de los santos. En una Carmelita ese
aspecto negativo reviste la forma de una separación absoluta. El Carmelo es
el desierto, Dios solo. A solas con Él. Pero entre las almas carmelitanas
cada una vive a su modo esta doctrina de la “nada” de la criatura y del
“Todo” de Dios, que tanto gustaba a san Juan de la Cruz. Observemos
los escritos de estas tres carmelitas al respecto. El Camino de Teresa de los Andes
Está claro que la persona que
busca la santidad debe tener un profundo deseo de ser santo y sabe que con la
ayuda de Dios todo es posible. Este camino, en palabra de Santa Teresa de
Jesús, hay que tomarlo con "determinada determinación". En efecto,
esta determinación es algo serio. Esto supone una vida de amor a Dios y es
aceptar el regalo de la santidad que Él te hace. Teresa de los Andes desde
pequeña tuvo dentro de su plan de vida el ser santa, estaba determinada a
lograrlo. Así lo demuestran sus escritos en su Diario y cartas. Le escribe Teresa a Elena
Salas González[38];
¿Qué te parecen mis proyectos? ¿No encuentras que son demasiado ideales para
mí que soy tan miserable? Cuando pienso en las grandezas que se encierran en
la vocación me confundo y no sé cómo agradecerle a Nuestro Señor el haberse
fijado en una criatura tan ruin……. Si Dios a cada instante se nos da con amor
infinito, ¿no nos corresponde a nosotros, criaturas miserables, darnos a Él
con todo nuestro ser, de modo que todas nuestras obras vayan dirigidas a Él
con toda la intensidad de amor de que somos capaces? Ofrecernos a Él con amor
para cumplir su adorable voluntad, he ahí el plan de santidad que concibo.
Dios es amor, ¿qué busca en las almas sino amor? Más adelante escribe a la Madre Angélica Teresa, desde su lugar de
descanso el fundo san Pablo al sur de Santiago el 22 de enero de 1919; “Leí
las Constituciones y Reglas. Sólo confío en Dios podré observarlas
perfectamente, pues ellas encierran un plan cumplido de santidad”.[39] Al Padre José Blanch, C.M.F.,
desde el mismo lugar de descanso el 3 de febrero de
1919; “Todas estas consideraciones que le hago, Rvdo. Padre, son las que
me inducen a preferir el Carmen, pues creo que en esta vida he de alcanzar la
santidad. La he escogido porque veo que, escogiéndola, he de encontrar la
cruz; y andaría -creo- todo el mundo con la gracia de Dios para buscarla y
poseerla, pues en ella está Jesucristo”.[40] En una carta a su madre ya en el convento de Los
Andes el 4 de julio, 1919; “Aprovechemos para enriquecernos el momento de
la comunión. Bañémonos en esa fuente de santidad y pidámosle el mundo entero
de las almas, porque no nos sabrá decir que no”.[41] En una carta a su hermana Rebeca desde el convento, el 12 de
julio de 1919 (Un día antes de su cumpleaños); “Me faltan palabras, hermanita,
para expresar la dicha divina que experimento. Siento al Infinito, al Eterno,
al Santo todopoderoso, al sapientísimo Dios, unido con la nada pecadora.
Entonces adoro y más amo. Entonces es cuando el alma se siente pura. Está en
la fuente de la santidad”. “Amémosle, hermanita, porque
su bondad y su misericordia son infinitas. ¡Cómo ante ese amor desaparece el
nuestro miserable, que no sabemos hacer el más leve sacrificio por nuestro
Dios, después que nada nos ha rehusado desde una eternidad! Aprovecha,
hermanita, esos instantes para hacerte santa. Fíjate que estamos unidas
enteramente a la santidad infinita. Pídesela. ¿Qué te podrá negar cuando está
loco de amor por ti, ya que se ha reducido a hostia o nada para llegar hasta
ti? Pídele que lo conozcas y que te conozca”.[42] Al Padre Artemio Colom, S.J.: Mis esfuerzos todos se dirigen
a ser una santa carmelita, y creo que lo que Dios quiere de mí para alcanzar
esta santidad es un recogimiento continuo: que nada ni nadie pueda distraerme
de Él”.[43] Enamoradas de Jesús
“Mi amado me dice: Levántate, amada mía hermosa mía, y ven
conmigo (Cant 2,10). Me
hecho varias veces esta pregunta, ¿Es posible enamorarse de Cristo? El amor
es dar y darse, es renunciar a los deseos propios por los del ser amado sin
considerar que esta renuncia es un sacrificio. El amor verdadero desea
profundamente el bien y la felicidad plena del ser que ama. Dios
nos ama y nosotros amamos a Dios. Pero este amor no es como lo entienden
comúnmente los hombres, salvo que haya vivido una experiencia de Dios
enriquecedora, como exclama Santa Teresa de Jesús; “¡OH, Señor mío! ¡Qué
delicada y fina y sabrosamente sabéis tratar a quienes os aman!”. [44] Pero
los hombres no somos muy finos para tratar a muchos hijos de Dios, que se
deleitan por ser espirituales y no se abstraen para nada de las cosas de
Dios. Incluso, si en un instante caen, nos place criticarlos. Pero esto no es
nuevo, hay muchos casos en nuestra historia cristiana donde hombres
iluminados han vivido en la oscuridad por ser considerados “Bichos Raros”. Un
gran ejemplo es San Juan de la Cruz, quien sintió en su piel la monición muy
utilizada de que nadie es profeta en su tierra. A pesar de haber vivido años
muy duros desde su juventud, tiempo en que su hermano Luis murió de hambre,
es un hombre empapado de amor, delicado y sensible. "Donde no hay amor,
ponga amor y cosechará amor", pensaba el Santo Poeta incansable buscador
del amor que también decía: "El alma que anda en amor, ni cansa, ni se
cansa". [45] Para
vivir amando a Dios, es necesario que en nuestro corazón no existan cosas que
no son de Dios. San Juan de la Cruz, define el amar a Dios así: "Amar es
trabajar en despojarse y desnudarse por Dios, de todo lo que no es
Dios". Es decir, cultivando el amor, el alma creada por Dios se acerca a
los propósitos para la cual fue establecida. En la oscuridad de la noche, San
Juan de la Cruz deslumbra y con claridad, mira sus propias raíces y ve
como el hombre es como Dios, de quien fuimos creados a su imagen y semejanza.
“sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial”.[46]
La
permanencia de Dios en nuestra alma y mente mejora el acercamiento
espiritual, y nos acostumbrará a un dialogo constante de hijos a Padre, de
tal modo, que nuestro corazón lleno de amor por Dios se gozará no solo de su
compañía, sino que se ira preparando para el encuentro cara a cara con Él,
cuando seamos llamado a vivir la vida eterna. Dios
nos ama del mismo modo como El ama a su Hijo Jesucristo y el Hijo del mismo
modo como ama a su Padre. Exclama Teresa de Jesús: “¡OH, Jesús y Señor mío!
¡Cuánto nos ayuda aquí vuestro amor!, ¡porque éste tiene cogido al nuestro, que
no le deja libertad para amar en aquel momento a nadie y nada, más que a Vos![47] El
meditar que el Padre nos ama del mismo modo como El ama a su Hijo,
ciertamente nos permitirá enriquecernos de amor hacia Dios. Un alma llena de
Dios, entregada y dirigida a Él, podrá sentir con mucha fuerza el deseo de
encumbrarse hacia EL y abrirse con gran confianza. Esto nos traerá otro
beneficio, nos iremos acostumbrarnos a mantenernos en mejor estado de gracia,
porque irremediablemente, ya no permitiremos que nuestra vida caiga y acepte
malas acciones. En efecto, un corazón alimentado del amor de Dios solo hace
cosas buenas, en cambio un alma influenciada por el mal, solo cosas malas. Pero
debemos tener mucho cuidado en jactarnos de que somos los preferidos de Dios
por el solo hecho que hemos tomado la determinación de ser de Él. Nunca
debemos perder el temor de Dios, entonces a través de la oración no dejemos
de rogar que nos instruya en todos, y que sea El que dirija nuestros pasos
para no caer en errores. “Los amigos viejos de Dios por maravilla faltan a
Dios, porque están ya sobre todo lo que les puede hacer falta”.[48] Un
alma enamorada de Dios está permanentemente en oración. Pero al mismo tiempo
estará expuesta a ser bombarda por mucha gente que no está interesada en
Dios, y oirá cosas que pueden desconcertarle. Si eso nos sucede, mantengamos
nuestro corazón puro y a solas con Dios, es decir no lo dejemos contaminar.
Como enseña el místico santo carmelita; “El espíritu bien puro no se mezcla
con extrañas advertencias ni humanos respetos, sino solo en soledad de todas
las formas, interiormente, con sosiego”.[49] Pero,
ante todo, para enseñar al alma a enamorarse de Dios, le debemos enseñar que
debe permanecer siempre humilde ante EL. El alma enamorada es alma blanda,
mansa, humilde y paciente.[50]
Esto significa sentirse dependientes en todo de Dios y para todos los acontecimientos
diarios, para cada una de nuestras necesidades. Por cuanto durante el día,
desde el corazón del corazón, vayamos solicitando la asistencia de Dios y
agradeciendo cuanto El hace por nosotros. "En
todo dad gracias, pues esto es lo que Dios en Cristo Jesús quiere de
vosotros".[51] El llamado a amar a Jesús de los santos.
Podemos
encontrar miles de cita de santos enamorados de Jesús. Él no nos pide otra
cosa que le amemos. Madre
Teresa de Calcuta: “Ama a Jesús generosamente. Ámale confiadamente y sin
mirar hacia atrás, sin temor. Entrégate totalmente a Jesús…. Desea amarle
mucho y amar el amor que no es amado.” San
Juan de la Cruz: “A la tarde te examinarán en el amor; aprende a amar como
Dios quiere ser amado y deja tu condición…… El alma que anda en amor, ni
cansa, ni se cansa………El alma que está enamorada de Dios es un alma gentil,
humilde y paciente”. Padre
Pío: “Amar a Dios es complacerle, y no vale la pena preocuparse por el resto,
sabiendo que Dios tendrá cuidado de nosotros más de lo que se puede decir o
imaginar”. San
Francisco de Asís: “Amemos a Dios y adorémosle con corazón sencillo y
espíritu puro, que eso busca él por encima de todo”. Santa
Margarita María Alacoque: “Basta amar al Santo de los Santos, para llegar a
ser santos”. San
Agustín de Hipona: “Bienaventurado es, Señor, el que te ama a Ti, al amigo en
Ti, y al enemigo por Ti... De ahora en adelante sólo a ti te amo..., sólo a
ti quiero estar unido..., es a ti a quien busco..., a quien quiero servir...
Porque sólo tú eres mi Señor y yo quiero pertenecer solamente a ti” San
Francisco de Asís: “Dejémonos transformar en Jesús por la fuerza de su amor y
su compasión”. Teresa de los Andes, loca de amor por Jesús
Dice
ella refiriéndose a su Primera Comunión: "Jesús, desde ese primer
abrazo, no me soltó y me tomó para Sí. Todos los días comulgaba y hablaba con
Jesús largo rato...A los 14 años el Señor le habló diciéndole que quería su
corazón sólo para Él, dándole también la vocación al Carmelo. Dentro de su
preparación está la lectura de santos carmelitas y la correspondencia con la
Priora de Los Andes. A los 17 años expone su ideal carmelita "sufrir y
orar" y con ardor defiende su vida contemplativa, que el mundo
"tacha de inútil". Le ilusiona saber que su sacrificio servirá para
mejorar y purificar al mundo. A
su hermano Luis le escribe el 11 de junio de 1919, "Cristo, ese loco de
amor, me ha vuelto loca". Teresa
decía que su ilusión y su constante empeño fue asemejarse a Él, configurarse
con Cristo. Por eso, deseando llegar a ser una excelente copia suya, vivió
decidida a ir hasta el fin del mundo atravesando el fuego si hubiera sido
preciso para serle fiel. Es
así como de los escritos de Teresa de los Andes, se desprende que ella amo
tiernamente a Jesús. El
siete de diciembre de 1915 escribió: "Es mañana el día más grande de mi
vida. Voy a ser esposa de Jesús. ¿Quién soy yo y quién es El?, el
todopoderoso, inmenso, la Sabiduría, Bondad y Pureza misma se va a unir a una
pobre pecadora. ¡Oh, Jesús, mi amor, mi vida, mi consuelo y alegría, mi todo!
¡Mañana seré tuya! ¡Oh, Jesús, amor mío![52] “Madre
mía, mañana 8 de diciembre de 1915, seré doblemente tu Hija. Voy a ser Esposa
de Jesús. Él va a poner en mi dedo el anillo nupcial. Oh, soy feliz, pues
puedo decir con verdad que el único amor de mi corazón ha sido El".[53] “Hoy
nos hemos venido al colegio. Siento desesperación y unas ganas locas de
llorar. A Ti, Jesús mío, te ofrezco esta pena; pues quiero sufrir para
parecerme a Ti, Jesús, amor mío”.[54]
Sufrir con alegría Carta a la
Virgen. “No he de amar sino a Jesús. Luego mi corazón
ha de tener el sello del amor de Dios. Mis ojos se deben fijar en Jesús
crucificado. Mis oídos han de oír constantemente la voz del Divino Crucificado".[55] "Mi
lengua ha de expresarle mi amor. Mi pie ha de encaminarse al Calvario”.[56] “¿Quién
podrá rehusar la mano del Todopoderoso que se abaja a la más indigna de sus
criaturas? ¡Qué feliz soy, hermanita querida! He sido cautivada en las redes
amorosas del Divino Pescador. Quisiera hacerte comprender esta felicidad”.[57]
Teresa de Los Andes le escribe a su madre
el 9 de junio de 1919[58];
“He pasado estos días en retiro. ¡Qué feliz me he encontrado sola con Aquél
que solo vive! Mamacita, quisiera poderla hacer leer en mi alma, para que
viera todo lo que en ella ha escrito Nuestro Señor en estos días. Quisiera
que viera mi alma iluminada con los destellos infinitos del Divino
Prisionero. Con esa escritura, con ese fuego, me hace comprender, me hace ver
cosas desconocidas, grandezas nunca vistas. No se figura, mamacita, el cambio
que ya percibo en mí. Él me ha transformado. Él va descorriendo los velos
que lo ocultaban y que, estando en el mundo, entre tinieblas, es imposible
percibir. Cada vez me parece más hermoso, más tierno; cada vez más loco...
No tenga otro atractivo que el conocerlo para que lo ame, y con locura. No
quiero seguir porque, cuando principio a hablar de Nuestro Señor, la pluma no
se detiene. A
una amiga: “Cuán bien experimento que Él es el único Bien que nos puede
satisfacer, el único ideal que nos puede enamorar enteramente. Lo encuentro
todo en El. Me gozo hasta lo íntimo de verlo tan hermoso, de sentirme siempre
unida a Él, ya que Dios es inmenso y está en todas partes. Nadie puede
separarme. Su esencia divina es mi vida. Dios en cada momento me sostiene, me
alimenta. Todo cuanto veo me habla de su poderío infinito y de su amor.
Uniéndome a su Ser Divino me santifico, me perfecciono, me divinizo. Por
fin, te diré que es inmutable, que no cambia y que su amor para mí es infinito...
amor eterno, incomprensible, que lo hizo humanarse, que lo hizo convertirse
en pan por estarse junto a mí, por sufrir y consolarme”.[59]
A
un Director espiritual: "Jesús. El sólo es hermoso. El sólo puede hacerme
gozar". Lo llamo, lo lloro, lo busco dentro de mi alma. Estoy hambrienta
de comulgar, pero no se me manifiesta”.[60]
“Jesús mío, Tú eres mi Vida. Sin Ti me
muero; sin Ti desfallezco. "La mirada de mi Crucifico me sostiene”.[61]
A
un confesor: “Quiero que Jesús me triture interiormente para ser hostia pura
donde él pueda descansar. Quiero estar sedienta de amor para que otras almas
posean ese amor. Que yo muera a las criaturas y a mí misma para que él viva
en mí. ¿Hay algo bueno, bello, verdadero que podamos concebir que en Jesús no
esté?”. [62] El misterio del amor a Dios. Tener
experiencia en Dios y de Dios
No a todo el mundo le gusta
hablar siempre de Dios, como tampoco es usual hablar de todo en Dios, quien
lo hace es sus círculos de trabajo, grupo de amigos o alguna reunión social,
por lo general comienza a recibir críticas, opiniones en contra de la Iglesia
o es nominado, al menos en mi país, como “pechoño”, palabra que tiene el
sentido de exagerado santurrón o peyorativamente “beato”, y también como
fanático. Lo cierto es que en nuestra sociedad, la que presume de moderna,
parece que hablar de Dios está mal visto. Por otra parte, a muchos les
encantaría que dentro de sus temas de conversación se hable en Dios, sin
embargo por vergüenza, prefieren callar por miedo a ser criticado, a estas
personas, el Señor le diría como tantas veces les dijo a sus discípulos: “No
teman”. También es cierto que la imagen
que se tiene de Dios, por no conocerlo en profundidad, esta alterada respecto
de la realidad verdadera de Dios y parece que nos asusta compartir el
verdadero rostro de Dios con el mundo. Cuando hablamos de experiencia,
nos referimos a esa enseñanza que nos ha entregado la propia vida, algo que
ha sido nuestra costumbre, también a algo que ha sido nuestra práctica
habitual y la ponemos como ejemplo. Cuando hablamos de la experiencia de
Dios, es porque en nuestra vida hemos encontrado, aceptado y probado este encuentro
que nos da sentido y fundamento último de nuestra vida. La vida es
caminar constante hacia Dios, cuando optamos por aceptar a Dios como sentido
último de todo lo que hablamos, somos y hacemos. Esta entrega a Dios es fe en
él. Buscarlo a Él, salir a su encuentro, aceptar la llamada de Dios, es la
más grande experiencia de Dios. Dejarse guiar por Él, es signo de entrega
humilde y gratuita a Dios, convirtiendo su vida en proyecto de amor, regalo
de la experiencia en Dios. Dios nos ama sin restricción y
quiere que nos amemos unos a los otros. Él nos ha pedido el amor a nuestro
prójimo de la misma forma como Él nos ama. Y lo hermoso es que Él nos quiere
como somos, con nuestros defectos y de ese modo debemos practicar el amor a
los otros, respetando sus defectos, como lo pide el evangelista; “Queridos,
amémonos unos a otros, ya que el amor es de Dios”,[63]
y que luego nos añade: “Dios es Amor y quien permanece en el amor permanece
en Dios y Dios en él”.[64]
Ese es nuestro Dios y sin restricción para nadie, no importa de qué situación
económica o social se es, no importa ni la raza ni la nacionalidad ni el
nivel de educación porque el amor de Dios es para todos. Este amor que Dios tiene por
nosotros es incondicional y gratuito. Y lo más bello, es que Él tiene sus
brazos abiertos no solo para los más humildes o para los que se sienten más
cercanos, también los tiene para los que están más alejados o rebeldes. En
efecto, el amor de Dios es ilimitado, no es por un par de horas, así lo
experimentamos cuando a veces tropezamos en el camino, Él está ahí siempre
dispuesto a levantarnos. Esta es nuestra más gran
alegría, Dios nos ama y nos amó primero, Él ha dado el primer paso y se ha
acercado a nosotros, somos su creación preferida, no solo nos ha creado, sino
que además nos ha buscado por todos los caminos. Se preocupa por nosotros,
nos conoce por nuestro nombre, no le somos desconocidos, y a pesar de
nuestras pocas atenciones a EL, nunca se ha olvidado de nosotros y siempre
estamos presentes en El. “Conviene que hoy me quede yo en
tu casa”, le dice el Señor a Zaqueo.[65]
Dios sale a nuestro encuentro y nos pide un lugar para alojarse en nosotros y
desde siempre lo ha querido y Dios vive en nuestro corazón, es su morada
preferida. Dios es un misterio. Amar intensamente a Dios
Tanto
de su diario como de sus cartas, observamos que ella estaba siempre dispuesta
a servir y a sacrificarse por los demás, con alegría y felicidad, para hacer
amable y atractiva la virtud. Su
vida fue enteramente normal y equilibrada. Alcanzó una envidiable madurez
integrando en la más armoniosa síntesis lo divino y lo humano: oración,
estudios, deberes hogareños... y deporte, al que era aficionadísima,
destacando en la natación y en la equitación. Por su intercesión está
derramando el Señor una copiosa lluvia de gracias y favores de toda especie y
atrayendo hacia Sí a innumerables hijos pródigos. Su santuario, visitado por
más de cien mil peregrinos cada mes, se ha convertido en el centro espiritual
de Chile. Así Teresa de Los Andes viene cumpliendo la misión que ya le fuera
reconocida poco después de su muerte: despertar hambre y sed de Dios en
nuestro mundo materializado. Juanita,
que gusta de repetir que si se es monja no hay que serlo a medias, no quiere
ser cristiana sólo de nombre. Y fiel a su compromiso con Cristo, cumple con
perseverancia el programa de vida que se ha trazado. De ahí su empeño en
superarse en el cumplimiento cuidadoso del deber y la calmosa aceptación de
las pruebas que le van llegando, amar a Dios, es aceptar con cariño lo que Él
nos va dando, y como muchos, las situaciones difíciles fueron bastantes en su
vida. Porque sabía muy bien que en ello consiste el sacrificio más agradable
a Dios. ¿Qué
hizo esta joven para ser santa?, nada del otro mundo, solo amar intensamente
a Dios y a su voluntad. Dice el Señor Jesús; “Porque esta es la voluntad de
mi Padre: que todo el que vea al Hijo y crea en él, tenga vida eterna y que
yo le resucite el último día”.[66]
Y Juanita, vivió y partió a la vida eterna enamorada del Hijo, ella entendió
en su juventud, lo grande que es la voluntad de Dios. En
una carta conmovedora escrita a su padre a los 18 años, Teresita de los
Andes, se siente amada y llamada por Dios y le ruega a su papa al que ella
ama mucho, su comprensión frente al intenso deseo que siente en su corazón de
ser de Dios en el Carmelo. Le dice Teresa de los Andes: “Sólo en Dios mi
corazón ha descansado. Con Él mi alma se ha sentido plenamente satisfecha, y
de tal manera, que no deseo otra cosa en este mundo que el pertenecerle por
completo”. Y
luego le escribe en algunos párrafos: “Mi queridísimo papá: no se me oculta
el gran favor que Dios me ha dispensado. Yo que soy la más indigna de sus
hijas, sin embargo, el amor infinito de Dios ha salvado el inmenso abismo que
media entre Él y su pobre criatura. Él ha descendido hasta mí para elevarme a
la dignidad de esposa. ¿Quién soy yo sino una pobre criatura? Más Él no ha
mirado mi miseria. En su infinita bondad y a pesar de mi bajeza, me ha amado
con infinito amor. Sí, papacito. Sólo en Dios he encontrado un amor eterno”. “La
que buscaba el amor de las criaturas, no deseó sino el de Dios. Iluminada con
la gracia de lo alto, comprendí que el mundo era demasiado pequeño para mi
alma inmortal; que sólo con lo infinito podría saciarme, porque el mundo y
todo cuanto él encierra es limitado; mientras que, siendo para Dios mi alma,
no se cansaría de amarlo y contemplarlo, porque en Él los horizontes son
infinitos”. “En Dios encuentro todo lo
que en las criaturas no encuentro.
“Es
Dios mismo quien se digna llamarme para que me entregue a Él.” ……” Pero,
aunque el corazón mane sangre, es preciso seguir la voz de Dios; es preciso
abandonar aquellos seres a quienes el alma se halla íntimamente ligada, para
ir a morar con el Dios de amor, que sabe recompensar el más leve sacrificio.
¿Con cuánta mayor razón premiará los grandes?” “Es
necesario que su hija los deje. Pero téngalo presente: que no es por un
hombre sino por Dios.” ……… “Eso ha de servirle de consuelo: que no fue por un
hombre y que después de Dios, será Ud. y mi mamá los seres que más he querido
sobre la tierra.” …” “Seré toda para Dios y él será todo para mí.” …” Muy
bien conozco esa vida que deja en el alma un vacío que nadie puede llenar, si
no es Dios.” …. “Con Dios ¿quién hay que pueda compararse? No. Es preciso que
pronto me consagre a Dios, antes que el mundo pueda mancharme.” … “Dios lo ha
querido que se cumpla su adorable voluntad” …” El convento que he elegido
está en Los Andes. Es el que Dios me ha designado, pues nunca había conocido
ninguna carmelita; lo que le asegurará a Ud. que nadie me ha metido la idea y
que no obro por impresiones. Dios lo ha querido Que se cumpla su adorable
voluntad”.[67]
En
una carta escrita para su hermano Luis, (Teresa le llamaba Lucho), que fue
escrita el 14 de abril de 1919, Teresa escribe palabras conmovedoras para
explicar los que ella tiene en su corazón, que hablan de su gran amor a Dios.
“Anhelo amar, pero algo infinito y que ese ser
que yo ame no varíe y sea el juguete de sus pasiones, de las circunstancias
del tiempo y de la vida. Amar, sí; pero al Ser inmutable, a Dios quien me ha
amado infinitamente desde una eternidad”. Más
adelante le dice; “En Dios encuentro todo lo que en las criaturas no
encuentro, porque son demasiado pequeñas para que puedan saciar las
aspiraciones casi infinitas de mi alma. Me dirás: pero puedes amar a Dios
viviendo en medio de los tuyos. No, mi Lucho querido…. Si un hombre es capaz
de enamorar a una mujer hasta el punto de dejarlo todo por él, ¿no crees,
acaso, que Dios es capaz de hacer irresistible su llamamiento? Cuando a Dios
se conoce; cuando en el silencio de la oración alumbra al alma con un rayo de
su hermosura infinita; cuando alumbra al entendimiento con su sabiduría y
poderío; cuando inflama con su bondad y misericordia, se mira todo lo de la
tierra con tristeza. Y el alma, encadenada por las exigencias de su cuerpo,
por las exigencias del ambiente social en que vive, se encuentra desterrada y
suspira con ardientes ímpetus por contemplar sin cesar ese horizonte infinito
que, a medida que se mira, se ensancha, sin encontrar en Dios limites jamás”. Y
sigue luego; “Y sin embargo, los voy a dejar por Dios. Lo he pensado mucho y
reflexionado y no quiero volver atrás, porque siendo carmelita realizaré todo
el ideal de felicidad que me he forjado. Si me quedo en el mundo, no haría
todo el bien que tú me pintas; porque la virtud es una planta cuya savia es
la gracia de Dios. Sin ella, la virtud perece. Y dime sinceramente, ¿crees
que Dios me la otorgará si yo no soy fiel en seguirle? No. Si Él me ha dado
ya el valor para sacrificarlo todo por su amor, yo no debo dejar de ser
generosa. Además, ¿qué favor más grande que el de la vocación? Y después de
tanto amor de Dios para con una criatura miserable, ¿yo me quedaré en mi
casa, en medio de todos los que amo y de las comodidades? Por un hombre a
todo se renuncia ¡y por Dios nada es aceptado!”. “Y
porque es por Dios, ¿tú te desesperas? ¿Quién puede hacerme más feliz que
Dios? En El todo lo encuentro. Ahora dime, ¿qué abismo insondable hay entre
Dios todopoderoso y la criatura? Y Él no se desdeña de descender hasta ella
para unirla a Sí y divinizarla. Y yo, ¿he desdeñar la mano del Todopoderoso,
que en su gran bondad me tiende? No. Jamás. Nadie podrá convencerme que mi
deber no es seguir a Dios sacrificándolo todo para pagarle su infinito amor
como mejor pueda”. ¿Cómo
podré darle mayor gloria a Dios, si no es dándome enteramente a Él y
empleando día y noche mis facultades, tanto intelectuales como morales, en
conocerle y amarle?”.[68] Si le amamos, somos morada de la Santísima Trinidad
Dios
se nos ha revelado en la historia de la salvación como la Santísima Trinidad:
Padre, Hijo y Espíritu Santo. Cada día de nuestra vida, es un día ideal para
contemplar y adorar algo de ese profundo e infinito de amor y de comunión que
es Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo. Nuestra experiencia de amor a la
santísima Trinidad será siempre imperfecta y limitadas mientras vivamos en
este mundo, por tanto, tenemos necesidad de un proceso de crecimiento y de
purificación que nos lleve a transformarnos desde el interior, para que
seamos verdadero santuario de la Santísima Trinidad en nosotros. Dice el
apóstol Pablo; “no sabéis que vuestro cuerpo es santuario del Espíritu Santo,
que está en vosotros y habéis recibido de Dios”[69] Respondiéndole
Jesús a uno de sus discípulos le dice; “Si alguno me ama, guardará mi
Palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él.”.[70]
Al respecto, expone San Juan de la Cruz en Llama de Amor Viva; “conviene a
saber: que si alguno le amase, vendría la Santísima Trinidad en él y moraría
de asiento en él; lo cual es ilustrándole el entendimiento divinamente en la
sabiduría del Hijo, y deleitándole la voluntad en el Espíritu Santo, y
absorbiéndola el Padre poderosa y fuertemente en el abrazo abisal (profundo)
de su dulzura.”[71]
Y Más adelante agrega; “el alma cómo las tres personas de la Santísima
Trinidad, Padre e Hijo y Espíritu Santo son los que hacen en ella ésta divina
obra de unión.”[72]
Y
también declara San Juan de la Cruz en Cantico Espiritual; “Porque esto es lo
que entiendo quiso decir san Pablo,[73]
cuando dijo; Por cuanto sois hijos de Dios, envió Dios en vuestros corazones
el espíritu de su Hijo, clamando al Padre. Lo cual en los beatíficos de la
otra vida y en los perfectos de ésta es en las dichas maneras. Y no hay que
tener por imposible que el alma pueda una cosa tan alta que el alma aspire en
Dios como Dios aspira en ella por modo participado; porque dado que Dios le
haga merced de unirla en la Santísima Trinidad, en que el alma se hace
deiforme y Dios por participación, ¿qué increíble cosa es que obre ella
también su obra de entendimiento, noticia y amor, o, por mejor decir, la
tenga obrada en la Trinidad juntamente con ella como la misma Trinidad, pero
por modo comunicado y participado, obrándolo Dios en la misma alma? Porque
esto es estar transformada en las tres Personas en potencia y sabiduría y
amor, y en esto es semejante el alma a Dios,[74]
y para que pudiese venir a esto la crió a su imagen y semejanza.”[75]
El misterio trinitario Se
despide san Pablo de sus hermanos que están en Corintios; “La gracia del
Señor Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo sean con
todos ustedes.”[76] Esta
despedida de San Pablo es única en todo el Nuevo Testamento, aquí el apóstol
nos muestra toda una profesión de fe en el único y verdadero Dios: Padre,
Hijo y Espíritu Santo, es una verdadera reflexión para vivir diariamente toda
nuestra existencia humana y cristiana “en el nombre del Padre, del Hijo y del
Espíritu Santo”. Es en otras palabras, una convocatoria a poner nuestra vida
en el signo del Dios que es amor y comunión sin límites. Y Santo Tomas, nos
dice que; “La Gracia de Jesucristo, por la que nos justificamos y salvamos;
el amor de Dios Padre, por la que nos unimos a Él, y la comunión del Espíritu
Santo que nos distribuye los dones divinos”.[77]
La fe
católica nos enseña que en Dios hay tres personas completamente distintas:
Padre, Hijo y Espíritu Santo, que tienen una sola naturaleza o esencia
divina, ¿y qué es esto? – Se necesita una buena disposición fe y razón al
mismo tiempo para entender el dogma de la Trinidad. En Dios hay tres personas
distintas, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Aunque
la razón no puede demostrar el misterio trinitario, puede rastrear su
admirable credibilidad, iluminada por la fe. La multiplicidad de personas en
Dios equivale a sus varias relaciones subsistentes, realmente distintas entre
sí. Distinción real entre las relaciones divinas proveniente de su oposición
relacional. Así como la paternidad y la filiación son relaciones opuestas,
pertenecientes a dos personas, la paternidad subsistente y permanente es la
persona del Padre, y la filiación subsistente e inmutable es la persona del
Hijo. La exhalación activa del Padre y del Hijo es opuesta a la exhalación
pasiva, o procesión del Espíritu Santo. La Inhabitación Trinitaria, presencia de la Santísima
Trinidad
La
Inhabitación Trinitaria, es la presencia de la Santísima Trinidad en el alma
del que está en gracia de Dios. Dijo el Señor a sus Discípulos: “Si alguno me
ama, guardará mi Palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos
morada en él”. [78] Dios
Trinidad habita realmente en nosotros y establece en nosotros su morada. Y
nosotros habitamos realmente en Dios Trinidad. San Pablo nos enseña que Dios
no se encuentra lejos de cada uno de nosotros; pues en él vivimos, nos
movemos y existimos[79].
La presencia de Dios Trinidad en nosotros es agradable y nos transforma, nos
estructura por dentro. La Santísima Trinidad en las santas carmelitas
Es el
misterio del "más grande de los Santos", como gustaba llamar San
Juan de la Cruz a la Santísima Trinidad, cuando le preguntaban la razón de la
gran devoción que le profesaba y le cantó, (La Fonte) con su mucha sabiduría
experiencial de la Trinidad: “Su origen no lo sé, pues no le tiene, más sé
que todo origen de ella viene, aunque es de noche…” San
Juan de la Cruz declara que el Espíritu Santo eleva el alma a una altura tan
especialmente bella, que le hace capaz de aspirar en Dios la misma aspiración
de amor que el Padre aspira en el Hijo y el Hijo en el Padre, que es el mismo
Espíritu Santo.[80]
Es
así, como las tres santas carmelitas, como hijas del Carmelo
teresiano-sanjuanista, engolosinadas por sus santos padres, también
manifestaron su amor trinitario. Teresa de los Andes, nuestro corazón ha de ser de la
Santísima Trinidad
Teresa
de los Andes tiene 15 años y le escribe una carta a la Virgen[81],
ella reflexiona en esta carta: "Mi Espejo". "Mi espejo ha de
ser María. Puesto que soy su hija, debo parecerme a Ella y así me pareceré a
Jesús". "No
he de amar sino a Jesús. Luego mi corazón ha de tener el sello del amor de
Dios. Mis ojos se deben fijar en Jesús crucificado. Mis oídos han de oír constantemente
la voz del Divino Crucificado". Y
más adelante escribe: El siete de diciembre de 1915 escribí: "Es
mañana el día más grande de mi vida. Voy a ser esposa de Jesús. ¿Quién soy yo
y quién es Él?, El todopoderoso, inmenso, la Sabiduría, Bondad y Pureza misma
se va a unir a una pobre pecadora. ¡Oh, Jesús, mi amor, mi vida, mi consuelo
y alegría, mi todo! ¡Mañana seré tuya! ¡Oh, Jesús, amor mío! Madre mía, (mañana del 8 de diciembre de 1915)
seré doblemente tu Hija. Voy a ser Esposa de Jesús. Él va a poner en mi dedo
el anillo nupcial. Oh, soy feliz, pues puedo decir con verdad que el único
amor de mi corazón ha sido El. Mi confesor me dio permiso para hacer voto de
castidad por nueve días y después me seguirá indicando las fechas. Soy feliz.
Tengo mi fórmula escrita: "Hoy, ocho de diciembre de 1915, de edad de
quince años, hago el voto delante de la Santísima Trinidad y en presencia de
la Virgen María y de todos los santos del Cielo de no admitir otro Esposo
sino a mi Señor Jesucristo, a quien amó de todo corazón y a quien quiero
servir hasta el último momento de mi vida. Hecho por la novena de la
Inmaculada para ser renovado con el permiso de mi confesor". A
los cristianos de estos tiempos de dificultades, nos viene a decir Teresa que
sólo abriéndonos a Dios y a sus exigencias de amor lograremos ser plenamente
hombres. Teresa, ya queda dicho, ha conseguido armonizar lo divino y lo
humano integrándolo en su vida en admirable síntesis. Para ello no hay dos
vidas superpuestas: una natural profana y la otra sobrenatural, espiritual.
No hay sino una única vida humana planificada por el amor divino, divinizada.
Viviendo abierta a la voluntad de Dios y no apartándose ni un punto de ella,
conjuga con naturalidad encantadora el trato con Dios y con los hombres, como
queda ponderado. Convertida en Sor Teresa, más endiosada por haber rendido
incondicionalmente su querer al divino continúa amable y comunicativa y
alegrando y embromando a las religiosas y a los destinatarios de sus cartas. La
obediencia a Dios nos salva, nos lleva a la realización. Por preferir su plan
al de Dios, queda el egoísta destruido, sumido en la degradación del vicio;
envilecido. ¡Qué verdad es que el hombre sin Dios se deshumaniza! En cambio,
en diálogo con Dios y siguiendo dócilmente su camino de apertura y servicio a
los demás, alcanza el hombre su plenitud: su naturaleza se ennoblece, se
perfecciona y en cierto modo se diviniza. A
esa meta ha llegado Teresa. Por eso, rebosante de satisfacción, necesita
proclamar en todos los tonos, como lo hace en sus cartas, que está gustando
anticipadamente la felicidad del cielo. Sabe muy bien que, sumergida como
está en esa atmósfera divina, su vida entera, sin excluir ninguna de sus
acciones, es una alabanza de gloria a la Santísima Trinidad. Y eso mismo nos
pide a todos: que convirtamos nuestra vida en culto, en ofrenda, en
"melodía continua de amor" para Dios. A
su confesor, P. Julián Cea.[82]
Le escribe una carta para hablarnos que encontró la felicidad más completa.
Siente que vive en un rinconcito de cielo. Dios la toma para Sí. Nos habla de
las intimas comunicaciones con Él. Unida a Él. Su oración: “Yo no soy la que vivo, sino Jesús” …Qué feliz me
siento cuando al fin del día puedo decirle que me he negado en todo…A pesar
de mis miserias, Dios me toma cada vez más para Sí. No se imagina vuestra
Reverencia cómo se descubre cada vez más a mi alma. Las locuciones interiores
siempre las siento. También se me han representado imágenes interiores de
Nuestro Señor en ciertas épocas. Una vez, se me representó Nuestro Señor
agonizante, pero en forma tal que jamás lo había visto. Me tuvo ocho días
sumida en una verdadera agonía, y lo veía a toda hora. Después cambió de
forma, y el día del Sagrado Corazón se me presentó Jesús con una belleza tal,
que me tenía completamente fuera de mí misma. Ese día me hizo muchas gracias.
Entre otras, me dijo que me introducía en su Sagrado Corazón para que viviera
unida a Él; que uniera mis alabanzas a la Santísima Trinidad a las suyas; que
todo lo imperfecto Él lo purificaría”. Y
estando Teresa de Los Andes de vacaciones en el fundo San Pablo, le escribe
una nueva carta al P. Julián Cea.”[83]
Le cuenta de su comunicación con Dios y con la Santísima Virgen en la
oración. “He
seguido en mi vida de recogimiento, uniéndome a Dios lo más posible. El otro
día, cuando estaba en oración, me dijo lo adorara constantemente dentro de mi
alma, ofreciéndole las alabanzas de todas las criaturas y uniéndome a las que
le tributan los ángeles del cielo. Todo cuanto Él me dijo lo he cumplido,
viviendo así mucho más unida a Él. Contemplo a la Santísima Trinidad dentro
de mi alma como un inmenso foco de fuego y luz, en el cual, por su mucha
intensidad no puedo penetrar ni mirar.” A
los pocos días de haber entrado al Monasterio del Espíritu Santo, Teresa de
Los Andes le escribe una carta a Elisa Valdés Ossa:[84] “La carmelita, tal como yo la concibo, no es sino
una víctima adorante. Seamos víctimas, Isabelita querida, hostias, pero muy
puras. Vivamos completamente sumidas en Dios. Yo te diré lo que hago para
esto: considero mi alma como un cielo donde reside la Santísima Trinidad, a
quien no puedo compenetrar ni mirar, porque la considero como un foco
inmenso, infinito de luz. A Dios, hermanita. Vivamos en El, para que,
identificadas, podamos ser hostias de alabanza a la Santísima Trinidad. Te abraza tu indigna”. Unos
meses más tarde le escribe una carta a Graciela Montes Larraín. En esta carta
escribe sobre lo feliz que es ser carmelita, ella ama su vocación y solo
quiere vivir para Jesús.[85] “Que nuestro corazón ha de ser de la Santísima
Trinidad... Quiero vivir dentro de mi alma de manera que siempre contemple a
Dios en ella”. Reflexión después de un Retiro (1916)
Siguiendo
la lectura de su Diario, encontramos que Juanita se preparara para su primer
“Retiro”, [86]
ella tiene 16 años, y ya muestra una gran madurez en su fe[87], algo que en estos
tiempos no parece encontrarse en muchos jóvenes. Juanita se dispone a tener mucho
aliento y generosidad para este Retiro. Ella escribe una deliberación: “Es mi principio y mi fin. Para ser enteramente
de El debo cumplir perfectamente su divina voluntad. Si Él es mi padre y
conoce el presente, el pasado y el porvenir, ¿por qué no abandonarme a Él con
entera confianza?” Mediante el amor uno permanece profundamente
unido a Dios y a su Hijo, es decir, vive en perfecta comunión con la
santísima Trinidad.[88] Sigue
reflexionando Juanita, que nuestra vida ha de ser de la Santísima Trinidad
que está en nosotros, pero no solamente cerca de nosotros, también con
nosotros y quiere que su alma contemple a Dios en ella, entonces medita: “Del amor ordenado que hemos de tener a todas las cosas. Que nuestro
corazón ha de ser de la Sma. Trinidad...” Juanita ya entiende que la Santísima
Trinidad mora dentro
de nosotros y nos comunica continuamente algo de su vida. De esta forma
estamos cobijados y escondidos en el seno de la Santísima Trinidad. Expone
Juanita: “Quiero vivir dentro de mi alma de manera que
siempre contemple a Dios en ella. ¿Y yo no querré sufrir nada por su amor?” “Quiero, Esposo adorado, vivir escondida,
desaparecer en Ti, no tener otra vida sino la tuya, no ocuparme sino de Ti.
Ahora también que estoy purificada, quiero que la Sma. Trinidad venga a morar
en mi alma para adorarla y vivir constantemente en su presencia. Por último,
te digo que hago voto en presencia de la Santísima Trinidad”[89] “Mañana
es el día de la Trinidad [1917]. ¿Encontrará el Padre la figura de Cristo en
mí? ¡Oh, cuánto me falta para parecerme a Él!” A
una amiga le escribe: Por
fin me puse al corriente en mi diario… (21 de febrero de 1919). Vengo
saliendo de mi meditación. Leí primero en el libro que dio el Padre las
excelencias de la vocación. Antes, comulgué espiritualmente y Nuestro Señor
me dijo quería que viviera con Él en una comunión perpetua, porque me amaba
mucho. Yo le dije que si Él quería, lo podría pues era todopoderoso. Después
me dijo que la Santísima Trinidad estaba en mi alma; que la adorara. Inmediatamente
quedé muy recogida, la contemplaba y me parecía estaba llena de luz. Mi alma
estaba anonadada. Veía su Grandeza infinita y cómo bajaba para unirse a mí,
nada miserable, El, la Inmensidad, con la pequeñez; la Sabiduría, con la
ignorancia; el Eterno, con la criatura limitada; pero, sobre todo, la
Belleza, con la fealdad; la Santidad, con el pecado. Entonces, en lo íntimo
de mi alma, de una manera rápida, me hizo comprender el amor que lo hacía
salir de Sí mismo para buscarme; pero, esto fue sin palabras y me encendió
en el amor de Dios. “También
es necesaria la obediencia. Obedecer inmediatamente sin examinar si son
inferiores o superiores, si tienen razón o no, sino como obedecía Jesús:
porque era la voluntad de Dios. Por último, te recomendaré la caridad con el
prójimo. El amor a nuestros semejantes es la medida del amor de Dios No ver
la criatura‑ sólo a Dios en su alma, ya que en el bautismo nos
hicieron templos de la Santísima Trinidad”.[90] A
otra amiga le escribe: “Miro
primero a Dios -esa Trinidad incomprensible-, me abismo en el seno de mi
Padre, de mi Esposo, de mi Santificador, y luego miro a ese Verbo eterno
humanado, a mi Divino Jesús”.[91] Carta
a su amiga Elisa[92]:
“La
Lucha L. me escribió una cartita encantadora que me hizo mucho bien; y está
feliz porque tú y yo somos trinitarias. Cada día reverencio y admiro y amo
más a la S. Trinidad. He encontrado por fin, el centro, el lugar de mi
descanso y recogimiento, y quiero que tú, equito de mi alma, lo encuentres
ahí mismo. Vivamos dentro del Corazón de Jesús contemplando el gran misterio
de la Santísima Trinidad, de modo que todas nuestras alabanzas y adoraciones
salgan del Corazón de nuestro Jesús perfeccionadas, y unidas a las suyas.
Así viviremos unidas a la Humanidad de Nuestro Señor y abismadas en su
Divinidad.” A
su hermanita Rebeca[93]: “Oh
hermanita, vivamos amando el Amor. Seamos hostias de alabanza a la Stma.
Trinidad.” Dirigirnos a Dios con humildad
Muchas veces se escucha la
pregunta como orar, los mismos íntimos amigos de Jesús le pidieron al “señor,
enséñanos a orar”.[94]
La palabra del Señor nos dice cómo se debe hacer y en que disposición la
debemos hacer para que traspase el cielo y llegue hasta Dios: “la súplica del
humilde atraviesa las nubes”,[95] esta es la clave, esta es la condición que
se necesita para que nuestra oración sea eficaz. El Señor, escucha y
atiende con predilección la oración de sus hijos, “escucha la súplica del
oprimido; no desoye la plegaria del huérfano, ni a la viuda”,[96]
y le encanta de sobre manera que se dirijan a él con confianza: “el que rinde
el culto que agrada al señor, es aceptado”.[97]
Dios, recibe la oración sin “distinción de persona” y la oración es la que
nos une a Dios, el dialogo sincero con Dios nos pone en comunión con él y lo
más maravilloso, nos permite oír su voz. Y el salmista apasionado por
alabar al señor, no invita a bendecirlo “en todo tiempo, su alabanza estará
siempre en mis labios”[98]
y porque sabe que con humildad y sencillez: “que lo oigan los humildes y se
alegren”, el Señor escucha a los que le suplican: “el pobre invocó al Señor,
y él lo escuchó”.[99]
Ya lo anunciaba la lectura del Eclesiástico 35, “El señor es juez y no hace
distinción de persona”, y así como el salmista sentencia: “cuando los justos
claman, el señor los escucha y los libra de todas sus angustias”.[100]
El dialogo permanente y confiado
con Dios a través de la oración, es el que nos da la fuerza necesaria para no
desfallecer en el camino de la fe y afrontar “el buen combate”, de la
fe, como le escribe San Pablo en la 2 carta a Timoteo. Pablo, apóstol
apasionado por cristo, trabajador y luchador incansable por el Señor, que en
sus últimos días espera su premio por el combate: “he peleado hasta el
fin el buen combate, concluí mi carrera, conservé la fe. Y ya está preparada
para mí la corona de justicia, que el señor, como justo juez, me dará en ese
día”. Visto con los ojos de una crítica fría, podría considerarse que
pablo se encumbrar más que humillarse, pero es todo lo contrario, pablo, está
pasando por el justo orgullo que siente todo hijo que se siente inmensamente
amado por dios y que lo considera su amigo, es decir es la satisfacción no
tanto por las cosas que hacemos en nuestro trabajo apostólico como sentirnos
maravillados por lo que dios ha obrado nosotros. Pablo ha recibido toda la
fuerza de dios, por medio de la oración, y por medio de ella, ha podido
combatir para no perder nunca la fe y así esperar: “la corona de justicia”.[101] En los Evangelios, Jesús enseñó
con una parábola que era necesario orar siempre sin desanimarse, pero ahora
nos señala que no es suficiente tener confianza en la generosidad del padre
para con sus hijos y ser perseverantes en la oración, por eso nos agrega otra
condición determinante para dialogar en amistad con el: “la humildad”. En el evangelio de Lucas,[102]
con la parábola del fariseo y el publicano, el Señor nos subraya que la
oración exige una actitud humilde, sinceridad y corazón sencillo, pero además
ser capaz de reconocerse pecador: “¡Dios mío, ten piedad de mí, que soy un
pecador!”. "La humildad es la verdad" sentenciaba Santa Teresa de
Jesús, y la persona humilde reconoce que Dios es Dios y que ante él no somos
nada, la persona humilde, reconoce que su verdad en todo cuanto él tiene y
hace de bueno es don que le viene de dios y no por simples méritos suyos. Esta parábola del fariseo y el
publicano debe hacer en nosotros una profunda transformación que nos permita
alejarnos de falsos orgullos y darnos la capacidad para reconocernos
imperfecto y pecadores, pero con ánimos animosos de andar por caminos de
perfección. El corazón que busca el perfeccionamiento, obrado en él por la
gracia, comprende que para alcanzar la meta, debe comenzar por reconocer la
propia debilidad y que sin la ayuda del señor, es incapaz de superar los
obstáculos que se le interpongan. Por tanto, en este reconocimiento
expresando en la oración con toda nuestra pequeñez, es como debemos
dirigirnos a Dios. Es así, como Jesús nos pone
delante el ejemplo del fariseo y un publicano, dos personajes que presentan
distintas maneras para dirigirse y relacionarse con Dios. “el fariseo, de
pie”, se pone delante de todos y para que todos lo vean, y quizás es más para
que lo vean los demás como un hombre devoto, algo que era típico en los
fariseos, “que gustan de orar en las sinagogas y en las esquinas de las
plazas bien plantados para ser vistos de los hombres”[103]
Entonces el fariseo reza de tal manera que, más que un diálogo con Dios hace
un monólogo. “dios mío, te doy gracias porque no soy como los demás hombres,
que son ladrones, injustos y adúlteros; ni tampoco como ese publicano. Ayuno
dos veces por semana y pago la décima parte de todas mis entradas”. Así es
como el fariseo está convencido de que él lo ha hecho todo bien, y como él ha
cumplido, no hace más de lo estrictamente necesario. En esta oración de
reconocimiento de lo que hace, el fariseo no le pide nada al señor y parece
que no necesita pedirle nada, por tanto, se dedica a mencionarle una lista de
sus virtudes, y todos, gracias a sus propios méritos, es decir un ejemplo de
arrogancia. A diferencia del fariseo, el
señor nos presenta con un evidente signo de aprobación de cómo se debe orar,
el comportamiento del publicano, que: “no se animaba siquiera a levantar los
ojos al cielo”. Él publicano, también sube al templo a orar, pero lo
hace con discreción, “manteniéndose a distancia”, con sencillez y gran
respeto, como si no quisiera profanar el lugar con su presencia y vida
de pecador, ya que él está muy consciente de la propia situación de pecado,
por eso pide: “¡dios mío, ten piedad de mí, que soy un pecador!”. El
publicano, reconociendo su indigencia ante dios, “no se animaba siquiera a
levantar los ojos al cielo” porque él sabe de corazón que no tiene nada
que presentar a dios. Jesús nos asegura en esta
parábola, que si nos dirigimos a Dios con humildad, Dios siempre aceptará y
escuchará nuestra suplicas, por eso nos dice que “les aseguro que este
último (el publicano) volvió a su casa justificado, pero no el primero”. Es un gran ejemplo para
nosotros, que muchas veces nos acongojamos porque no sabemos cómo
presentarnos ante él y no nos damos cuenta que lo único que necesitamos es ir
con un corazón sencillo, humillado ante Dios. Y es así como el Jesús concluye
esta parábola: “porque todo el que se eleva será humillado, y el que se
humilla será elevado”.[104] Teresa de los Andes, cuando en el silencio de la oración
alumbra al alma.
Su vida fue enteramente normal y
equilibrada. Alcanzó una envidiable madurez integrando en la más armoniosa
síntesis lo divino y lo humano: oración, estudios, deberes hogareños... y
deporte, al que era aficionadísima, destacando en la natación y en la
equitación. Podemos decir, que ella vino a pasar por la vida haciendo el bien
y hacerlo por Cristo, sus amados y sus hermanos. Fue una época muy valiosa y
decisiva para el futuro humano y espiritual de la joven Teresa de los Andes,
en el que era conocida como Juanita, son los años 1915 a 1919. En ella
planifica su vida exigiéndose un hábito diario, en el que ocupan lugar
preferente la oración, la misa diaria. Quiere ante todo ser fiel a su
firmeza de recogerse a solas con Jesús para intimar con Él. Como dice la
Santa Madre Teresa de Jesús: “Porque de estos gustos que el Señor da a los
que perseveran en la oración”,[105]
y como también nos ha enseñado que orar es “tratar de amistad estando muchas
veces tratando a solas con quien sabemos nos ama.”[106]
Por eso madruga buscando el silencio y la soledad. Y hace lo imposible por
comulgar a diario. Está loca de amor por Jesús-Hostia. Tiene verdadera hambre
de Él. Ha comprobado que le da ánimo; que lo necesita. Que Jesús es su vida y
que sin Él desfallece y muere. Realmente impresiona leer una
carta conmovedora escrita a su padre en Santiago el 25 de marzo de 1919.
Teresita de los Andes, se siente amada y llamada por Dios y le ruega a su
papa al que ella ama mucho, su comprensión frente al intenso deseo que siente
en su corazón de ser de Dios en el Carmelo. Teresa le dice: “¿Cómo podrá hacerse sordo a la
súplica de aquella que todo lo ha abandonado y que no tiene en su pobreza
otro ser a quién recurrir? No, papacito. Dios es generoso, sobre todo que la
constancia de mi oración no interrumpida ha de moverle a coronar sus
sacrificios. Papacito, no me negará el
permiso. La Santísima Virgen será mi abogada. Ella sabrá mejor que yo hacerle
comprender que la vida de oración y penitencia que deseo abrazar encierra
para mí todo el ideal de felicidad en esta vida, y la que me asegurará la de
la eternidad”. También ella le escribe a su
hermano Luis, (Teresa le llamaba Lucho), el 14 de abril de 1919, donde se
leen palabras conmovedoras para explicar los que ella tiene en su corazón. “Cuando a Dios se conoce; cuando
en el silencio de la oración alumbra al alma con un rayo de su hermosura
infinita; cuando alumbra al entendimiento con su sabiduría y poderío; cuando
inflama con su bondad y misericordia, se mira todo lo de la tierra con
tristeza.” “Lucho querido, si supieras tú
la amargura que encuentro en todo lo que me rodea, no te asombraría que
buscara las paredes de un convento para vivir y pasar mi vida entera en esa
oración no interrumpida por el bullicio del mundo.” Sigue Teresa en el mismo diario,
en abril de 1917: “Sufro. Esta palabra expresa todo para mí. ¡Felicidad!
Cuando sufro estoy en la Cruz de mi Jesús. ¡Qué felicidad más grande es
decirle: Jesús, Esposo mío, acuérdate que soy tu esposa, dame tu cruz!”. “Gracias, Dios mío, porque me
habéis dado un director que dirija mi alma hacia Ti. Me preguntó cómo era mi oración, si estéril
o con devoción. Yo le dije que con devoción a veces; pero había períodos en
que no podía meditar y me quedaba tranquila con Nuestro Señor.” Teresa de los Andes, cada día
siente necesidad más apremiante de orar. Y aun cuando las ocupaciones o la
atención de los demás le impiden recogerse a dialogar con Jesús, sabe y dice
que toda su vida “es una oración continuada”, “una alabanza ininterrumpida a
Dios; porque todo lo hace por su amor y sin salirse un punto de su divina
voluntad.” En los lugares de esparcimiento goza con la idea de que, allí
donde tantos lo olvidan, al menos ella lo adora y ama. ¡Qué páginas tan
deliciosas escribió sobre su intimidad con Dios! Su oración es sencilla,
sin complicaciones.
Enamorada de Cristo, de la
Eucaristía, de la Virgen y de la oración, despliega un apostolado intensísimo
con sus cartas. Sus destinatarios van contagiándose de esos amores de Teresa. “Mi
espejo ha de ser María. Puesto que soy su hija, debo parecerme a Ella y así
me pareceré a Jesús”.[107] “La
Santísima Virgen es el modelo más perfecto de nuestro sexo. ¿No vivió Ella
siempre en una continua oración, en el silencio, en el olvido de lo de la
tierra?”[108]
“Enferma
siempre. Se me presenta tan triste el porvenir que no lo quiero mirar. Me
dijeron hoy que me iban a sacar del colegio y que, como la H. V daba baile,
me tendría que estrenar en ése para este otro año. Me causa horror. Y ver por
otro lado, que no podré ser carmelita por mi salud. Todo esto me hace
exclamar ¡Jesús mío, si es posible, que pase de mi este cáliz; mas no se haga
mi voluntad sino la tuya! Y ver que no puedo hacer oración”.[109] Carta al P. Julián Cea, C.M.F.[110]
La carta la inicia el 14 de agosto 1919 y la deja incompleta el 31 de agosto
del mismo año. En esta carta ella nos habla que encontró la felicidad más
completa. Siente que vive en un rinconcito de cielo. Dios la toma para Sí.
Nos habla de las intimas comunicaciones con Él. Unida a Él. Su oración: “Yo no soy la que vivo, sino Jesús” Sigue
con la carta 14 días más tarde, el 28 de agosto. “Tantos días sin poder
seguir mi carta. Vuestra Reverencia me perdonará, pues bien sabe que no
disponemos ni aún del tiempo. Es lo más rico. Pero seguiré dándole cuenta de
mi oración, pues siempre existen en mí las dudas: que es todo ilusión lo que
me sucede... Aunque últimamente no puedo dudar sea Dios el que se une a mí,
pues lo siento apoderarse de mi ser. “Mi
oración, por lo general, es una especie de mirada a Dios sin raciocinar. A
veces siento mi alma como que quisiera salir de mí, para confundirse en el Ser
divino. Otras veces es Dios el que entra en mí ser. Entonces mi alma está
sosegada. Siento interiormente un fuego consumidor, que me consume
enteramente”. Luego continúa escribiendo el 31
de agosto. “Sólo a ratos le puedo
escribir. No sé cómo decirle lo que quiero expresar de todo lo que me ha
pasado esta semana. En estos momentos sufro horriblemente. Sólo Jesús, que es
el que me martiriza, lo comprende. Créame, Rdo. Padre, que lo que ha pasado
por mí no lo puedo expresar. Cuando estoy en la oración no dudo sea Dios el
que se une a esta miserable pecadora; pero saliendo de la oración, creo es el
demonio o ilusiones que me forjo. Haré lo posible por decirle lo que siento.” Hacen
6 días, estando en la acción de gracias después de la comunión, sentí un amor
tan grande por N. Señor que me parecía que mi corazón no podía resistir; y al
mismo tiempo -créame, Padre, que no sé decirle lo que me pasó, pues quedé
como atontada- he pasado todos estos días como si no estuviera en mí. Hago
las cosas, pero sin darme cuenta. Después, en la oración, se me presentó
Dios, e inmediatamente mi alma parecía salir de mí; pero con una violencia
tal, que casi me caí al suelo.” “He
visto que esta oración me hace buscar más soledad. No tengo ningún apego.
Tengo más humildad, amor al sufrimiento, a la mortificación. Sobre todo
siento que yo no soy la que vivo, sino Jesús”. Hacer de la vida una
oración constante.
Faltan pocos meses para entrar
al Carmelo. El 11 de enero de 1919 había ido a visitar a las Carmelitas de
los Andes y luego de esa visita decide ser carmelita. Juanita le escribe una
carta a la Madre Angélica Teresa del Santísimo Sacramento el 22 de enero de
1919.[111] Esta rendida a la voluntad de Dios. Aunque
apenas puede hacer oración, su vida es una oración constante. “Es cierto que a veces no tengo
mi oración. Pero mi vida -puedo decir- es una oración continuada; pues todo,
o que hago, lo hago por amor a mi Jesús, y noto que desde que estuve allá
estoy mucho más recogida”. El 29 de enero 1919, le escribe
una carta al P. Artemio Colom, S.J, donde le explica las razones para
preferir el Monasterio de los Andes. Dominada por el amor, su oración es una
íntima conversación con el Señor.[112] “En mi carta anterior, le expuse
a Ud., Rdo. Padre, las dudas que tenía, entre el Sagrado Corazón y las
carmelitas…. Luego sigue: Le diré ahora las razones que tengo para querer ser
carmelita. La es por la vida de oración que allí se vive, vida de íntima
unión con Dios.” Más adelante en la misma carta
expone: “También deseo exponerle los temores que me vienen por creer que el
alma que se entrega a la oración ha de sufrir muchos engaños; y a veces llego
a creer que todo es ilusión, con lo que sufro muchísimo.” “Le expondré con toda sinceridad
acerca de mi oración. Me figuro que estoy como Magdalena a sus pies
escuchándole. Él me dice qué debo hacer para serle más agradable”. “Otra vez estaba delante del
Santísimo en oración con mucho fervor y humildad; entonces me dijo que quería
que tuviera una vida más íntima con Él; que tendría mucho que sufrir y otras
cosas que no recuerdo”. “He tenido a veces en la oración
mucho recogimiento, …en mis oraciones y leí la Suma Espiritual de San Juan de
la Cruz, en que expone los grados del amor de Dios, y habla de oración y
contemplación. Con esto sentí que el amor crecía en mí de tal manera que no
pensaba sino en Dios, aunque hiciera otras cosas, y me sentía sin fuerzas,
como desfallecida, y como si no estuviera en mí misma. Sentí un gran impulso
por ir a la oración e hice mi comunión espiritual pero al dar la acción de
gracias me dominaba el amor enteramente”. “Cada vez que estoy en oración
Nuestro Señor me da a conocer su amor infinito” “Por lo general, de mi oración
siempre saco humildad, confusión por mis pecados y deseos de ser cada día más
de Dios, y mucho agradecimiento”.[113] A su amiga Elisa le escribe
desde el convento: “Para vivir en
esta continua oración es necesaria la mortificación de la carne, ya que, al
preocuparnos de nuestras comodidades, desatendemos nuestra alma…[114] El señor nos ha llamado y
nos llama a ser santos
En el Antiguo
Testamento, encontramos tres llamados a la santidad: "Sed, pues, santos
porque yo soy santo.”[115] La
imitación de Dios es la condición indispensable, el fiel tiene que ser santo
porque su Dios es santo. “Santificaos y sed santos; porque yo soy el Señor,
vuestro Dios, Guardad mis preceptos y cumplidlos. Yo soy el Señor, el que os santifico.”[116]
“Sed, pues, santos para mí, porque yo, el Señor, soy santo”[117] Este llamado del Señor es para todos, nadie
está excluido para disponerse a la santidad independiente de la actividad que
realice o la posición jerárquica o social a la cual pertenece. Cada cual,
estamos capacitados para dar frutos de santidad según el estado y condición a
la que pertenecemos, casados, solteros, viudos, obreros, artesanos,
empresarios, militares, religiosos, presbíteros, etc. Para ser santos,
podemos elegir la vida contemplativa, conventual, religiosa, matrimonial,
laboral, etc., cada cual y en cualquier lugar que nos encontremos, podemos y
debemos aspirar a la vida perfecta. Cristo nos ha pedido; “Vosotros, pues,
sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial.”[118]
Él es perfecto porque es Dios, pero el hombre lo será ayudado por el mismo
Dios y estará con nosotros siempre, y estará siempre recordándonos estas
cosas. Un laico, en su vida,
puede ser más santo que un sacerdote.
En la Audiencia del 24 de noviembre de
1993, el Papa Juan Pablo II, expuso que; “Un laico que acepta generosamente
la caridad divina en su corazón y en su vida es más santo que un sacerdote o
un obispo que la aceptan de modo mediocre”. Ciertamente coincide con el
Evangelio cuando dice; “No todo el
que me diga: "Señor, Señor, entrará en el Reino de los Cielos, sino el
que haga la voluntad de mi Padre celestial. Muchos me dirán aquel Día:
"Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre expulsamos
demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros?" Y entonces les
declararé: "¡Jamás os conocí; apartaos de mí, agentes de
iniquidad!"[119]
El gozo de
comprender en la parábola donde se nos relata que “el Reino de los Cielos es semejante
a un propietario que salió a primera hora de la mañana a contratar obreros
para su viña. Habiéndose ajustado con los obreros en un denario al día, los
envió a su viña”[120] despliega ante nuestra mirada la inmensidad
de la viña del Señor y la multitud de personas, hombres y mujeres, que son
llamadas por Él y enviadas para que tengan trabajo en ella. La viña es el
mundo entero[121]
"Id también vosotros a mi viña, y os daré lo que sea justo."[122] , es un amplio llamado, que no se dirige
sólo a los Pastores, a los sacerdotes, a los religiosos y religiosas, sino
que se extiende a todos: “también los fieles laicos son llamados
personalmente por el Señor, de quien reciben una misión en favor de la
Iglesia y del mundo.”[123]
San Gregorio Magno, predicando a sus fieles
laicos, comenta de este modo la parábola de los obreros de la viña: “Fijaos
en vuestro modo de vivir, queridísimos hermanos, y comprobad si ya sois
obreros del Señor. Examine cada uno lo que hace y considere si trabaja en la
viña del Señor”. Estamos desde siempre
llamados a la santidad
San Pedro,
dirigiendo su carta a los que viven como extranjeros en la Dispersión: en el
Ponto, Galacia, Capadocia, Asia y Bitinia, elegidos le dice: “Como hijos obedientes, no os amoldéis a las apetencias de antes, del
tiempo de vuestra ignorancia, más bien, así como el que os ha llamado es
santo, así también vosotros sed santos en toda vuestra conducta, como dice la
Escritura: Seréis santos, porque santo soy yo.[124] Luego de leer esta Carta de Pedro, el Papa
Juan Pablo II, expuso en la Audiencia del 24 de noviembre de 1993, que la
Iglesia es santa y todos sus miembros, es decir todos nosotros, estamos
llamados a la santidad. Y continua el Papa haciendo ver, que nosotros como
laicos participamos en la santidad de la Iglesia, al ser miembros con pleno derecho de la
comunidad cristiana; y esta participación, que podríamos definir ontológica, en la santidad de la
Iglesia, se traduce también para los laicos en un compromiso ético personal de santificación. En
esta capacidad y en esta vocación de santidad, todos los miembros de la
Iglesia somos iguales, lo dice San Pablo; “Pues todos sois hijos de Dios por
la fe en Cristo Jesús. En efecto, todos los bautizados en Cristo os habéis
revestido de Cristo: ya no hay judío ni griego; ni esclavo ni libre; ni
hombre ni mujer, ya que todos vosotros sois uno en Cristo Jesús.[125] Junto a lo anterior, para que no nos
juzguemos menos por lo que hacemos o la posición que tenemos como fieles, el
grado de santidad personal no depende de la posición que se ocupa en la
sociedad o en la Iglesia, sino únicamente del grado de caridad que se vive,
como también nos enseña San Pablo; “Aunque tuviera el don de profecía, y
conociera todos los misterios y toda la ciencia; aunque tuviera plenitud de
fe como para trasladar montañas, si no tengo caridad, nada soy. Aunque
repartiera todos mis bienes, y entregara mi cuerpo a las llamas, si no tengo caridad,
nada me aprovecha.[126]
Cada
santo, muestra a su manera su experiencia de Dios. Es así como podemos
encontrar una gran diversidad de los tipos de santidad y de todas las razas.
Del mismo modo, hay santos y santas de diversas clases sociales, pobres y
ricos, nobles y esclavos, padres, madres y matrimonios, trabajadores y
profesionales diversos, pero todos con algo en común, todos hijos de un mismo
Dios. Y en el caso de Teresa de Lisieux, Isabel de la Trinidad y Teresa de
los Andes, igual que otros santos, muy enamorados de Cristo. Teresa de los Andes, la
misión de señalar la ruta a la juventud de hoy, "Su santidad tenía
la propiedad de ser atrayente”
Luego
de la partida al cielo de Teresa de los Andes, la comunidad de Los Andes y
los familiares de Sor Teresa recibieron muchas cartas, no de pésame, sino de
felicitación por tener una santa en el cielo. Los periódicos de Santiago,
capital de Chile, algo insólito para una carmelita de clausura, publicaron su
muerte destacando sus virtudes. A
los pocos días de su muerte, el P. Julián Cea, que la había conocido en
febrero de 1919 en unas misiones, escribió: "Su santidad tenía la propiedad de ser
atrayente, amable, comunicativa. No sé qué respeto y veneración infundía su
persona. Y al mismo tiempo se sentía por ella un santo cariño, como el que
creo se tendrá a un ángel si lo viéramos con los ojos de cuerpo. ¡Qué sonrisa
angelical acompañaba siempre su conversación! No era esquiva, sino confiada.
Y su alma, inocente y pura como un niño. ¡Con que pasión amaba a Jesús! Pocos
días tuve la dicha de tratarla, paro la impresión que me causó su santidad no
se borrará jamás. Le rezo todos los días como a una santa que está en el
cielo, Yo confío en que pronto comenzará a obrar milagros, y su conducta angelical
influirá no poco en la conducta de muchas jóvenes". Pronto
los fieles comenzaron a ponerla por intercesora ante el Señor. Y en los
muchos años que nos separan de su muerte, el Señor ha dado pruebas de su
deseo de glorificar a su sierva, otorgando por sus ruegos infinidad de
gracias, sobre todo espirituales: conversiones, vuelta al camino del bien. Son
incontables los fieles, incluso de las más apartadas regiones del país y del
extranjero, que acuden cada día a la tumba de Teresita, sobre todo desde que
sus restos reposan en la cripta del Santuario erigido en su honor en
Rinconada de Los Andes. Escribe
Teresa de los Andes; “Jesucristo, ese loco de amor, me ha vuelto loca. Es
martirio el que padezco al ver que corazones agradecidos a las criaturas no
lo sean con aquel que los sustenta, que les da la vida y los sostiene; que
les da y ha dado todo, hasta darse el mismo.” Mensaje a la juventud
De
los jóvenes que la trataron y rondaron, no le convenció ninguno. Dijo ella;
“Son muy superficiales.” Quizás dijo eso, porque en su corazón, ella tenía
otras predilecciones. Sin
embargo, Teresa de los Andes tiene mucho que decirnos a todos. Su mensaje a
la juventud es de innegable actualidad. Algunas veces se organizan caminatas
de jóvenes, donde han participado más de 40.000 adolescentes que caminan más
de 30 km. para llegar al santuario. Con
todo, hoy buena parte de la juventud que sigue a Teresa de los Andes es sana,
consciente y responsable. Es decir, sabe a dónde va y está bien encaminada.
Soy testigo de que hay muchos que hablan estupendamente de ella. Da gusto
escucharlos. Se les ven ilusionados por ser auténticos, por realizarse
plenamente, por cultivar los valores humanitarios y por construir un mundo
nuevo más humano y unido. Señalan muy bien la meta. Dicen querer alcanzarla. Pero
también hay muchos jóvenes que no les gusta el camino que conduce a ella. Y
muchos se apartan de él. Y ésta es la misión de Teresa: señalar la ruta a la
juventud de hoy; recordarle que él único camino que conduce a la plena
realización humana es el esfuerzo, la autodisciplina, el control de sí mismo,
en palabras evangélicas, tomar el arado y sin mirar atrás, determinarse por
abrir surcos, para que allí caiga la buena semilla y crezcan frutos y flores. El
mensaje es de indiscutible actualidad cuando tanta juventud se muestra
alérgica a toda norma y proclama como única regla valida su propio capricho,
su talante, él me gusta, no me gusta, me nace, no me nace. No hay pedagogo ni
formador serio que apruebe tal actitud. Al contrario, todos ellos, a cuantos
aspiran a formar su carácter y personalidad, les exigen borrar de su
vocabulario esas palabras – me gusta, no me gusta- sustituyéndolas por debo o
no debo. Y actuar en consecuencia. Y la experiencia les da la razón. Sin
autodisciplina, sin control de sí mismo no se forja la persona, no sé conoce
la perseverancia y no se llega a la meta plena. Escribe
Teresa de los Andes; "Jamás me dejaré llevar por el sentimiento y por el
corazón, sino por la razón y mi conciencia". Luego sigue; "Todavía
soy muy orgullosa. Me propondré abatir hasta los últimos gérmenes del amor
propio." Aquí está el remedio.
Aquí
está el remedio. Mal le hubiera ido a Teresa de no haber puesto en práctica
esta resolución, dado su gran fondo de orgullo y su tendencia a obrar independientemente
y con altivez. Ella nos habla de las "rabietas feroces" que le
daban de pequeña. De sus "rezongos"; de su repugnancia a obedecer.
De que, en ocasiones, "siente sublevarse todo su ser" De que
todavía a sus 17 años, en el colegio, llegó a arrojar con rabia un dulce que
le dieron por creerlo muy chico. Pero al menos desde los nueve años, se
propuso muy en serio controlarse. Y humillándose cada vez que quebrantaba su
propósito, y dominando sus impulsos las más de las veces, logró alcanzar la ecuanimidad,
dulzura y apacibilidad que admiraron todos en ella. Escribe
Teresa: "Debo esforzarme por ser más amable. Me esmeraré en labrar la
felicidad de los demás". "Mi resolución; santificarme por
todos". Son
también propósitos de Juanita. Los jóvenes que aspiran la madurez humana
deben indispensablemente hacerlos suyos. Porque es un principio muy conocido
y archiarrepentido que únicamente abriéndose a los demás, dándose, saliéndose
del propio egoísmo en busca del bienestar de los otros, es como se realiza y
madura la persona humana. Es por eso por lo que lo exigió Cristo
terminantemente a sus seguidores. Y quienes no se esfuercen por vivirlo, ni
llegarán a ser hombres nuevos, ni serán capaces de construir el mundo nuevo
más humano y unido que tanto dicen anhelar y por cuantos muchos quieren
trabajar sin cansancio. Ocupémonos
del prójimo, de servirle, aunque nos cueste fastidio hacerlo. De esta manera
conseguiremos que el trono de nuestro corazón sea ocupado por su Dueño, por
Dios. Hacia la plenitud humana
A
los cristianos de estos tiempos de dificultades, nos viene a decir Teresa que
sólo abriéndonos a Dios y a sus exigencias de amor lograremos ser plenamente
hombres. Teresa
de los Andes, ya queda dicho, ha conseguido armonizar lo divino y lo humano
integrándolo en su vida en admirable síntesis. Para ello no hay dos vidas
superpuestas: una natural profana y la otra sobrenatural, espiritual. No hay
sino una única vida humana planificada por el amor divino, divinizada.
Viviendo abierta a la voluntad de Dios y no apartándose ni un punto de ella,
conjuga con naturalidad encantadora el trato con Dios y con los hombres, como
queda ponderado. Convertida en Sor Teresa, más endiosada por haber rendido
incondicionalmente su querer al divino continúa amable y comunicativa y
alegrando y embromando alas religiosas y a los destinatarios de sus cartas. La
obediencia a Dios nos salva, nos lleva a la realización. Por preferir su plan
al de Dios, queda el egoísta destruido, sumido en la degradación del vicio;
envilecido. ¡Qué verdad es que el hombre sin Dios se deshumaniza! En cambio,
en diálogo con Dios y siguiendo dócilmente su camino de apertura y servicio a
los demás, alcanza el hombre su plenitud: su naturaleza se ennoblece, se
perfecciona y en cierto modo se diviniza. A
esa meta ha llegado Teresa. Por eso, rebosante de satisfacción, necesita
proclamar en todos los tonos, como lo hace en sus cartas, que está gustando
anticipadamente la felicidad del cielo. Sabe
muy bien que, sumergida como está en esa atmósfera divina, su vida entera,
sin excluir ninguna de sus acciones, es una alabanza de gloria a la Santísima
Trinidad. Y eso mismo nos pide a todos: que convirtamos nuestra vida en
culto, en ofrenda, en "melodía continua de amor" para Dios. Captó y asimiló esa
exigencia del Evangelio,
Muchos
lo habían olvidado y venían separando lamentablemente su vida religiosa de su
vida profana. Y el cristianismo quedaba desprestigiado con procederes y
conductas en franca oposición con las creencias. Por eso llegó la severa
advertencia del Concilio Vaticano II contra los que incurrían en tal
incoherencia. Teresa
de los Andes, que tan estupendamente captó y asimiló esa exigencia del
Evangelio, puede con todo derecho recordárnosla a los cristianos de su siglo,
haciéndola mensaje propio. Y repetimos: Que no debe haber para nosotros sino
una única vida humana. Toda ella cristiana, espiritual, es decir, de acuerdo
con el espíritu de Cristo. Que estamos obligados a dar culto a Dios no
únicamente la hora de la misa dominical y los minutos diarios dedicados al
rezo, sino todos los minutos del día y todas las horas de la semana. Cuando
nuestra oración sea, como la de Teresa, una conversación íntima con Cristo,
en la que tratemos familiarmente con Él, saliendo de ella dispuestos a
sacrificar en nuestra vida personal y social lo que le desagrada, toda
nuestra vida, unificada, será auténticamente cristiana. Sí; también la de los
negocios, la profesional, la del hogar. Y entonces todo nuestro día, incluso
las diversiones, serán culto, liturgia, melodía continua, glorificación de
Dios. Bendito
sea Dios Pedro Sergio Donoso Brant FUENTES
BIBLIOGRAFICAS
Teresa de Los Andes,
Obras Completas, Editorial Monte Carmelo Santa Teresa de los
Andes, Diarios y Cartas, Editorial Carmelo Teresiano Mis libros: Divina y Humana, Santa
Teresa de los Andes Mi página web: www.santateresadelosandes.cl |
|
[1]
LG 40
[2]
Ef 5,3
[3]
Col 3,12
[4]
Denzinger 833 Can. 23
[5]
Mt 6,12
[6]
LG 40
[7]
1 Pe 4,10
[8] LG 41.
[9]
LG 41
[10] Carta 113 A su madre, Los Andes, 4
de julio, 1919
[11] Carta 114 A su hermana Rebeca, 12
de julio de 1919
[12] Diario; 1. Resumen y división de
mi vida
[13] Diario; 1. Resumen y división de
mi vida
[14] Diario; 3. Deseos de comulgar. El
colegio: 1906
[15] Diario; 4. Murió mi abuelito:
1907.
[16] Diario; 4. Murió mi abuelito:
1907.
[17] Diario; 5Mi devoción a la Virgen.
Preparación para mi Primera Comunión
[18] Diario; Mi devoción a la Virgen.
Preparación para mi Primera Comunión
[19] Diario, Nota N° 5: Mi devoción a
la Virgen. Preparación para mi Primera Comunión
[20] Diario, nota N° 6. Mi Primera
Comunión: 11.9.1910
[21] Jn 15,16
[22] Lc 9, 62
[23] Mt 8, 21-22
[24] Diario, nota N°1 Resumen y
división de mi vida
Años
1900 - 1914
[25] Diario, nota N° 7. El 8 de
diciembre siempre enferma. La Virgen y Jesús me
hablan.
[26] Diario, nota N° 10. Hoy cumplo 15
años
Julio
13, 1915
[27] Diario, nota N° 11. En el
internado. Mi vocación: 1915-1918
[28] Diario, nota N° 13. Entrevista
decisiva:12.9.1915
[29] Diario, nota N°28. En cama.
Rendida a la voluntad de Dios. Leyendo a sor Isabel de la Trinidad
[30] Diario, nota N° 52. Sin
recogimiento ni fervor. 1919
[31] Diario, nota N° 56. "Retiro
del Espíritu Santo"
[32]
Salmo 24, 3-4
[33]
Cfr. Mt 14, 30-31
[34]
1Tes 3,12-13
[35]
1Tes 4,4-7
[36]
Mt 5, 13.14
[37]
Mt 7,18
[38] Cartas, N° 40. A Elena Salas
González
[39] Cartas, N° 52. A la Madre Angélica
Teresa San Pablo, 22 de enero de 1919
[40] Cartas, N° 58* Al P. José Blanch,
C.M.F. San Pablo, 3 de febrero de 1919
[41] Cartas, N° 113 A su madre Los
Andes, 4 de julio, 1919
[42] Cartas, N° 114 A su hermana Rebeca
12 de julio de 1919
[43] Cartas, N° 116 Al P. Artemio
Colom, Convento del Espíritu Santo, 20 de julio de 1919
[44] Teresa de Jesús, Libro Vida, 25,
17
[45] Dichos de
Luz y Amor
[46] Mt.5, 48
[47] Teresa de Jesús, Libro Vida, 14, 2
[48] San Juan de la Cruz, Avisos
[49] San Juan de la Cruz, Avisos 28
[50] San Juan de la Cruz Avisos 29
[51] 1ª Tes.5, 18
[52] Diario, nota N° 15. Sufrir con
alegría Carta a la Virgen Esposa de Jesús Mi único amor.
[53] Diario nota N° 15, 8 de diciembre
de 1915
[54] Diario, nota N° 17, Retiro de 1916
[55] Diario, nota N° 15. Sufrir con
alegría Carta a la Virgen Esposa de Jesús Mi único amor.
[56] Ib.104
[57] Diario, nota N° 16. Carta a mi
hermana Rebeca 15 de abril de 1916.
[58] Carta 106 A su madre 9 de junio
1919
[59] Carta121 A Inés Salas Pereira,
Agosto de 1919
[60] Carta 145 Al P. José Blanchc,
C.M.F., 10 de noviembre, 1919
[61] Diario, nota N° 32. Agotada.
Enferma, 30 de agosto de 1917
[62] Carta 145 Al P. José Blanchc,
C.M.F., 10 de noviembre, 1919
[63] 1 Jn 4
[64] 1 Jn 4
[65]Lc 19
[66] Jn 6,40
[67] Carta 40. A Elena Salas González,
Santiago 25 de marzo de 1919
[68] Carta 81 A su hermano Luis,
Cunaco, 14 de abril de 1919
[69] 1 Cor 6,19
[70] Jn 14,23).
[71] Llama de Amor 1,15
[72] Llama de Amor 2,1
[73] Gal. 4, 6
[74] Gn. 1, 26
[75] Cantico Espiritual B 39,4
[76] 2 Cor 13,13).
[77] Santo Tomas de Aquino - Segunda
Corintios 52
[78] Jn 14,23
[79]Cfr. Hech 17, 26-27
[80] Cfr. Cantico Espiritual B 39, 3
[81] 15. Sufrir con alegría Carta a la Virgen Esposa de Jesús Mi único amor.
[82] Carta 122 Al P. Julián Cea
[83] Carta 66, Al P. Julián Cea, San
Pablo, 27 de febrero de 1919
[84] Carta 101 A Elisa Valdés Ossa, 14
de mayo de 1919
[85] Carta 130 A Graciela Montes
Larraín, septiembre 14 de 1919
[86] Diario, 17. Retiro de 1916
[87] Diario, 17. Retiro de 1916
[88] Jn 14,21 Jn 14,23 15,9s; Jn 17,26.
[89] Diario, 17. Retiro de 1916
[90] Carta a Elena Salas González de abril
de 1919
[91] Carta a Carmen De Castro Ortúzar,
Convento del Espíritu Santo, mayo de 1919
[92] Carta a Elisa Valdés Ossa, el 13
de junio de 1919;
[93] Carta a su hermana Rebeca el 12 de
julio de 1919
[94]
Lc 11,1
[95] Ecli 35
[96]
Ecli 35
[97]
Ecli 35
[98]
Sal 33
[99]
Sal 33
[100]
Sal 33
[101]
2 Tim 4,8
[102] 18, 9-14
[103] Mt 6,5
[104] Lc 18,14
[105] V 8,9
[106] V8, 5
[107] Sufrir con alegría Carta a la
Virgen
[108] Carta a Elena
Salas González, 1918
[109] Septiembre 1 de 1917. (Diario)
[110] Carta 122 Al P. Julián Cea
[111] Carta 55 A la Madre Angélica Teresa
[112] Carta 56 Al P. Artemio Colom
[113] Carta 68, Al P. José Blanch
[114] Carta 101 A Elisa Valdés Ossa
[115] Lev 11,45
[116]
Lev 20, 22
[117]
Lev 20,26
[118]
Mateo 5, 48
[119]
Mt 7, 21-29
[120]
Mt 20, 12
[121]
cf. Mt 13, 38
[122]
Mt 20, 4
[123]
Christifideles Laici, 1.2
[124] 1 Pe 1, 14-16
[125] Gál 3, 16-28
[126] 1 Cor 13, 1-3